Los restos mortales
Hugo Salas
Grupo Editorial Norma. 2010
Colección La otra orilla
222 pág.
Por Germán Solero
Cuando el cuerpo nos tiene
¿Qué queda cuando el relato de un crimen comienza
anunciando tanto a la víctima como al victimario? Queda engañar al lector,
mostrarle que los caminos no son tan transparentes como parecen. Y queda la
posibilidad de narrar algo más, un resto más.
Los restos mortales
atrapa al lector, se encarga de plantear intrigas constantes que hacen avanzar
el relato. Desde la identidad del narrador hasta el desenvolvimiento del
crimen. Cada incertidumbre que se nos presenta no se cierra sin engendrar una
nueva. De principio a fin, a través de largas oraciones y con una escritura
pausada y precisa, la tensión nunca desaparece.
Por momentos Hugo Salas nos engaña, nos hace
entrar en el juego, nos hace creer en asesinos que finalmente no asesinan o en
inocentes que terminan traicionando. La novela se convierte en un desfiladero
de personajes que se entrecruzan y llegan a abarcar tres generaciones de una
familia y un pueblo de mala muerte. Pero queda ese algo más, que no es ningún
resto, que es constitutivo. Porque Los restos mortales es un policial
que se desvía. El género aparece como excusa, o método quizá, para narrar otro
tipo de cuestiones más profundas, del orden de la condición humana. Del orden
de la violencia y la
traición. De hijas que traicionan a madres, de esposas que
traicionan a maridos, de prostitutas que traicionan a clientes, de dealers
que se traicionan entre sí.
La violencia lo gana todo, ocupa un lugar central. Nos
adentramos en ese pueblo “de mierda” y asistimos a la violencia del lenguaje, a
la violencia sobre los cuerpos y a la violencia sexual. Los personajes marchan
en una intrincada convulsión entre sus pensamientos racionales y los impulsos
animales más bajos.
Parecería que los personajes tienen conciencia de lo que
hacen, que escuchan esa voz ética que surge de sus pensamientos; pero el
impulso que pugna por calmar la sed del cuerpo se impone. Y se impone de forma
violenta, contra otros y contra sí mismos. Se configura un orden donde impera
un destino inexorable: la degradación.
Y quizá en este policial haya que buscar un poco más,
quizá asesino y víctima no sean uno u otro de los personajes que desfilan en la novela. Quizá
víctima y asesino estén en cada uno de los personajes. El narrador de Los
restos mortales reflexiona hacia el final: “Quién sabe, pensó, tal vez sea
siempre así. Uno cree que es su cuerpo, que tiene un cuerpo, pero quizá el
cuerpo lo tiene a uno” (1).
(1) Salas,
Hugo, Los restos mortales, Grupo
Editorial Norma, Bs As, 2010.
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