lunes, 22 de octubre de 2012

Charla en la Biblioteca Nacional

Milena Caserola y Las lecturas auspician:

Sí, el espacio de nueva crítica llamado Las lecturas, realiza su segunda charla del año. Esta vez en la Biblioteca Nacional (Agüero 2502) y tiene como invitados a:

Carolina Ramallo
Laura Estrín
Rocco Carbone

El viernes 26 de octubre a las 19 hs. en la sala Juan Ele Ortiz, ellos van a estar debatiendo sobre lo siguiente: ¿Sirve la literatura? Concesiones, asperezas y negaciones en la Nueva Literatura Argentina.

Después te firman un autógrafo

Ojo, yo no me lo perdería.

Más info en: Las lecturas (Feisbuc)

GRAN CHARLA GRAN

Si cliquean en la imagen, se agranda. Son como las viejas, pocas pero se estiran.

Las lecturas, te revuelve el estofado



Berazachussets
Leandro Ávalos Blacha
Editorial Entropía
158 páginas
Por Agustín Montenegro

“Un fantasma ya recorría Berazachussets…”

I
Cuatro viudas negras encuentran a una zombie desnuda en las calles de Berazachusetts.

II
Intentando seguir la línea de algunos debates que me interesa que regresen a la literatura y a la crítica, quiero empezar esta nota diciendo que Berazachussets es uno de esos objetos geniales que confunden todo el tiempo su función: nunca se sabe si a la vanguardia de la obra va el placer del lector o si el procedimiento de representación es la fuerza de choque de la novela.
El problema-confusión anterior, que no debería tener respuesta única, empieza por la fuerza del procedimiento: la construcción de un espacio (digamos, el Conurbano Bonaerense y algunos rasgos porteños céntricos) en el que irrumpe Trash, una zombie gorda, desnuda, y en plena amnesia. A medida que avanza la narración, entendemos que sí, es un espacio ficcional, y sin embargo, con un modo referencial muy particular: su textura es transparente, casi alegórica, ya que podemos sentir, detrás de esa ficción, la realidad, casi como una de esas máscaras de efectos especiales que se amoldan de forma perfecta a los rostros de los actores. De un lado cubren toda la superficie, se adaptan a los orificios y marcas de la cara, mientras que del otro aparecen los rasgos que el actor mostrará ante la cámara. La máscara es única: no puede adaptarse a otros rostros.
Parece quizás una obviedad, pero en pensar la construcción del espacio de Berazachussets reside el valor de la obra de Blacha.

III
Blacha construye un mundo (que incluye moneda, mapas e historia), articulado con el mundo simbólico (cultural, político y estético) existente (“existen”: los ambientalistas, Lia Crucet, la vanguardia musical, la revolución política, el cine snuff, los hongos alucinógenos, las "viudas negras", el canibalismo). Esta maquinaria, que a primera vista puede parecer obsoleta u oxidada, se levanta y se pone en funcionamiento a tracción gore, que poco a poco se demuestra fuerza motriz de aquel mundo existente: se imbrica en los crímenes fantásticos que las clases altas perpetran para dispersarse, en el mundo cultural de la sociedad, en sus choques y tensiones, en la revolución como posibilidad, en la política, en el apocalipsis. Como si la casi-alegoría, por antigua o inerte, y la realidad, por olvidada, necesitaran de un electroshock refractario del siglo XXI para funcionar en el sistema literario actual, el mundo de Berazachusetts permite decir todo de la referencia, reírse y burlarse de todos y de uno mismo, del lector, de sus expectativas, y de toda mirada del mundo, sin por ello dejar de problematizarla.
Parecen ironías y parodias, pero son verdades transparentes que, sin embargo, no buscan el reflejo inmediato. No debe ser nada fácil encontrar, fabricar y hacer operar un procedimiento novelístico que permita decir todo sin caer en los lugares, denuncias y enunciados comunes. No es fácil, en el momento actual de la literatura, presentarse como un objeto literario moderno: procedimiento, juego y placer, realidad.  
IV
Influencias-referencias-tradiciones: Alberto Laiseca y César Aira, como pautas para empezar a entender una sombra que puede ser meramente nominal, liberadora, realista, delirante, útil o inútil, imaginativa, pero que no es, de ninguna manera, ni abrumadora ni absoluta ni determinante ni, mucho menos, deudora. (Esta pequeña hipótesis, y la que sigue, servirán para numerosos de los autores que escriben hoy en día).
Nota: se habla del “maestro” para referirse a Laiseca. Para pensarlo, yo lo pienso, constantemente: ¿qué implica referirse a alguien como maestro? ¿Qué implica decirse discípulo? ¿La literatura se acerca a una creación mágica o alquímica? ¿Es un hobby, una aventura, un trabajo? Puede plantearse de forma más abstracta, o incluso divertida: ¿es un polvo, un libro, un fusil, una prostituta, una secta? Rescato la posibilidad de que el autor posea una categoría para distinguir a un guía o a un referente, de una influencia literaria directa cuya marca textual siempre estará más allá de las intenciones del sujeto autor mismo. Pero ni los carpinteros ni los albañiles tienen maestros, ni se sienten discípulos, y aún así, crean, construyen: sus objetos son su trabajo, y sus obras son plausibles de tener una función estética.  
Funciones: la literatura es goce, entretenimiento, conflicto y realidad, problemática toda ella. Sólo necesita lectores confiados, valientes, exigentes: como si estuviesen utilizando el preciado tiempo de esta vida limitada para rasgar el velo de la realidad en una acción de locura, que no es nada menos que la acción de leer.
Opinión: ¿Hay alguna intención de que la literatura no sea un concilio secreto? De eso se trata el problematizar el término de “maestro”.  

V
Pensar en los zombies en la literatura puede pasar por mero gesto clase B de las generaciones que han crecido con las películas de Romero, sus epígonos, o con los videojuegos de Playstation. Creo que una definición de zombie da muchas herramientas para reflexionar un poco más su irrupción: pensar, entonces, en la figura del muerto viviente.
Si un lector distraído lee sobre una revolución de zombies en Buenos Aires, quizás la asimile a un montón de seres que devoran cerebros y que emiten sonidos guturales de distintos tipos. Otros, frecuentadores habituales del sub-género, pueden ser más escépticos ante la posible torpeza y/o desinteligencia de las masas zombies organizadas. Pueden temer, reír, gritar.
Pero, ¿qué pasa si pensamos en una revolución de muertos que vuelven a la vida, a alguna forma de vida que remita a la que alguna vez tuvieron? ¿Cómo nos interpela la representación de los hombres y mujeres, que han vivido en nuestras calles y barrios y casas, y que han sido muertos y asesinados en el pasado cercano, pisando las calles de Buenos Aires, digo, Berazachussets?
Blacha no construye un espacio tal en vano, ni es un amontonador de zombies que buscan cerebros. No quiere entretenernos con sangre y vísceras y grandes personajes que remiten a aquello en la realidad que puede provocarnos risa o llanto. Ante la posibilidad de explotar su material de divertimento, Blacha elige revivir a los muertos que tienen pasado, que tienen deseo, que no olvidan, que no perdonan, para hacerlos entrar al presente, para responderle en un arrebato de violencia, contenida por la muerte misma.  
 
VI
Berazachussets es pura certeza, es un bloque de certezas narrativas de hoy. Me dice que se puede narrar con cuidado, trabajo, paciencia, virtud, y construir personajes y espacios, cruzarlos, como si jamás se hubiese puesto en duda la importancia de la realidad que rodea y entrelaza cualquier texto. Me dice que una literatura del goce puede ser un golpe certero cuando sabe que esa realidad siempre existió, y que siempre existirá. Que puede interpelar otras culturas, puede tomar de ellas préstamos, y adaptarlos, volverlos funcionales y activos en un contexto que les era ajeno.
A la vez, me dice que la memoria colectiva y cultural no olvida que al zombie de Berazachussets no le han asesinado el pasado. ¿Qué harían los muertos vivientes en todos los espacios si no caminaran con las manos colgando hacia adelante, si sus capacidades organizativas estuviesen intactas, si fuesen capaces de entablar relaciones tan humanas como las que entablaron cuando vivían? ¿Qué certezas me da y que preguntas genera una obra en clave humorística y fantástico-alegórica como la de Blacha? ¿Qué lecturas pueden realizarse, a través de su prisma, de la realidad que nos penetra?
Qué harían los muertos vivientes si pisaran nuestras veredas.

Las lecturas: recargadísimos



Choripán Social
Sebastián Pandolfelli
Editorial Wu Wei. 2011
178 pág.
Por Germán Solero

Literatura y delirio
Cuando hablamos de un texto que aspira a ser literatura es necesario preguntarnos por la forma que ese texto elije para mostrarse y si esta es coherente con aquello que quiere mostrar; es decir, de qué procedimientos hace uso para significar y si esos procedimientos funcionan o no para esos significados. Y esta pregunta es necesaria porque en esos procedimientos se juega la literatura, se juega aquello que hace a la diferencia entre un texto y un texto literario. En función de esta pregunta es que intento pensar la novela de Sebastián Pandolfelli: Choripán Social.
            Una primer respuesta a esta pregunta, a la pregunta por la forma, se la puede rastrear en el prólogo que Alberto Laiseca (maestro de Pandolfelli) escribe para esta novela; allí dice: “Choripán Social es, para mí, una acabada muestra de realismo delirante, tal como los libros que escribió el gordo Soriano o los míos”.  Y no solo en el prólogo, ya que en más de una ocasión Pandolfelli pone esta reflexión en boca de sus personajes: “Acá somos personajes del delirio de un tipo que además de que escribe poco y mal, cuando le viene la loca, juega con nosotros como se le canta el culo”. El lector es invitado a leer la novela de Pandolfelli en clave realista delirante. Inmediatamente surge la inquietud por esta excéntrica definición. En principio, yo, lector, la acepto e intento pensarla.
            Así como la alucinación viene a ser la percepción en ausencia de objeto, entiendo el delirio como la percepción deformada del objeto. En este caso, el objeto sería una especie de historia de la realidad política argentina. Choripán Social intenta trabajar con un híbrido que mezcla diferentes rasgos de la política argentina en diferentes personajes. Y supuestamente es sobre ese híbrido que se aplica el delirio (no considero esta concepción híbrida ya como delirio, la considero una simple mezcla). Digo híbrido porque, por ejemplo, en la figura del presidente de Argentina que propone la novela se puede ver tanto a De la Rúa en su escape, vía helicóptero, de la Casa Rosada como a Cristina Fernández pensando en la re-reelección. 
Ahora bien ¿cuál sería la finalidad de utilizar el procedimiento “delirio” en una novela? Hacer que la realidad delire, generar una percepción deformada, distinta, puede funcionar para subvertir un orden. Allí donde hay un orden anquilosado y naturalizado, allí donde la realidad ha dejado de ser problemática y gris para ser simplemente blanca o negra, allí el delirio viene a desnaturalizar, viene a desocultar significados que por alguna razón han sido tapados por algún relato mayor. Habría que aplaudir a la literatura que se propone hacer delirar aquello que tiene por objeto.
El problema es que en Choripán Social ese delirio no se termina de concretar. Lo que propone esta novela es una exageración que no subvierte ningún orden, los estereotipos se reconocen claramente y su exceso no aporta ningún punto de vista diferente.  Es la exageración por la exageración misma. Y si se quiere buscar los casos más excéntricos, se puede encontrar desde un ejército de “cinco mil Pibes Chorros” que se entrenan en una especie de base bajo tierra para combatir al sindicalismo corrupto, hasta un auto “justicialista” que ante un callejón sin salida despliega alas y se da a la fuga por los aires. La categoría “realismo delirante” falla, desde mi punto de vista, para leer Choripán Social.
La única solución posible que hallo a la pregunta por la especificidad literaria de la novela de Pandolfelli es la búsqueda del humor. Se puede ver un humor que juega con los lugares comunes de la política argentina. Se puede pensar, quizá, que a la hora de hacer humor no hay nada mejor que recurrir a los lugares comunes, que pueden ser los más eficaces. Aunque como lector pienso que sería mucho más productivo un humor crítico, un humor ácido, un humor que ponga algo en jaque; que haga que una lectura sea productiva, que haga que una lectura sirva como punto de partida para otro tipo de reflexiones. Pero si se juzga la novela en función de lo que el propio texto plantea, es decir, la búsqueda del humor a partir de la exageración por la exageración misma, vale una última pregunta: ¿la novela logra eso que se propone? Mi respuesta: aunque solo por momentos, sí.


El drama sin atenuantes. Conversaciones de Néstor Sánchez y Carlos Riccardo
Carlos Riccardo
Letranómada, 2012
72 páginas
Por Juan Millonschik

El drama sin atenuantes es el título de las conversaciones que en 1989 mantuvieron Carlos Riccardo y Néstor Sánchez. Riccardo es uno de los escritores que se acercaron a Sánchez, conmovidos quizás por esa literatura donde la búsqueda de la verdad es tan absolutamente innegociable que no hay control sobre sus consecuencias.
Esa disyuntiva entre la sinceridad y las consecuencias que puede traer (hacerse nada, enfermar, perder la épica) recorre todo el libro: si Sánchez plantea que “es necesario preparar pacientemente, amorosamente, un estado de sinceridad irremisible”, es bueno preguntarse, como hace Riccardo, si no “se pasaría de inmediato a un estado de marginalidad irremisible”.
La pregunta no es abstracta, ni un juego, ni un ensayo. Porque Néstor Sánchez, después del éxito con sus primeras novelas, de haber sido recomendado por Cortázar y de casi formar parte de aquello que se llamó el boom latinoamericano, comenzó un proceso que lo llevó a desaparecer durante años. Se llegó a creerlo muerto, hasta que se supo que estaba en Nueva York durmiendo en plazas, autos viejos y consiguiendo apenas lo necesario para comer. Volvió a Buenos Aires en 1986: un hombre que creyó que viviría trescientos años y que tendría una tercera dentición, terminó en casa de su madre con una dentadura postiza y una de las obras más impresionantes de la literatura argentina. Y sin poder escribir más: había perdido la épica – según dijo.
La historia de vida de Néstor Sánchez genera un asombro tal, que la palabra “locura” suele acudir como un tranquilizante para quienes la sinceridad irremisible es demasiado incómoda. De manera similar, el efecto de su literatura es tan inquietante, tan insoportable, que es frecuente escuchar -de boca de quienes manejan una literatura domesticada, apresable en uno o dos conceptos de crítica literaria- acerca de su supuesta ilegibilidad. Dos caminos sin corazón, de esos que Don Juan Matus enseñaba a no recorrer. Caminos que se esconden del drama sin atenuantes, a saber: que la vida es tan breve que no hay tiempo de comprensión; que hacernos mejores en conducta, en mirada o en escritura, lleva mucho más tiempo que morirse (y es menos necesario).
Creo que habría que empezar, como señala Fiszman en el prólogo del libro, por volver a leer a Sánchez. Es difícil, sí. Pero hay que atender a esa preocupación suya por la muerte, por la escritura, por Dios, por la ciencia, por la astrología, por Gurdjieff, por el barrio y por el instante de consustanciación con el universo que hay en orinar a la intemperie mirando las estrellas. Y veamos quién sigue con la farsa de la resignación ante el drama sin atenuantes. Quién quiere seguir jugando a escribir una ficcioncita que crea en el progreso de la cultura, o en la acumulación de un saber. La pregunta que abrió Sánchez, la que me hago frente a él cada vez que lo leo, sigue siendo poco atendida: ¿cómo escribir un estado de sinceridad insoportable, absoluta, sin sucumbir a una marginalidad que nos aniquile la épica?