jueves, 26 de julio de 2012

Glaxo: Hernán Ronsino, por Juan Millonschik


Glaxo
Hernán Ronsino
Eterna Cadencia. 2009
96 págs.
Por Juan Millonschik

La verdad sola no redime

En un overo rosado, por las tardecitas, sale a cabalgar el comisario Ramón Folcada. Hernán Ronsino no esquiva ni la tradición literaria ni la historia argentina. Da comienzo a su novela con un epígrafe fulmíneo de Operación masacre y pone a uno de los responsables directos de los fusilamientos de José León Suárez a refugiar su crimen en un pueblito de esos construidos a la vera de un ferrocarril cuyas vías empezaron a ser levantadas tras el golpe del ’55.
Medio western, telúrico, algo policial y faulkneriano, a Glaxo, como al libro de Walsh, no le termina de caber ninguno de esos motes que tanto agradan a los taxónomos de la literatura. Tras pocas páginas entendemos que, tarde o temprano, se narrará un crimen. Y tendremos cuatro acercamientos muy personales a él, en cuatro épocas distintas, brindados por cada uno de los narradores: Vardemann, 1973; Bicho Souza, 1984; Miguelito Barrios, 1966; Folcada, 1959. Pero descubrir ese crimen es una minucia frente a todo lo demás que nos brindan las voces de los narradores.
En general, la novela se va acercando cada vez más hacia el pasado hasta llegar al relato de Folcada, el comisario criminal. Sin embargo, decir que Folcada es el comisario criminal no arruina ningún enigma, por varias razones. En primer lugar, porque –repito- no estamos ante una novela policial. En segundo, porque con ese epígrafe de Walsh y esta historia argentina, “comisario criminal” no es una expresión enigmática -ni un oxímoron. Por último, porque el interés no consiste en llegar al crimen. Lo que importa, en cambio, es cómo se organiza lo que pasó después. Es decir, cómo se descompone la experiencia a medida que los narradores se alejan, tanto en el tiempo como en el grado de responsabilidad que tuvieron en el crimen. Todos saben la verdad, pero la intriga es qué hacemos con ella. Está en palabras del Bicho Souza, el más alejado: “Sí, me dice Montes, eso me dijo ella después. Cómo después, digo. Sí, después, me dice, y vuelve, el desgraciado, a capturarme con su relato”.
En la literatura argentina, el overo rosado no es un caballo cualquiera: desde que Estanislao Del Campo montó a un personaje del Fausto criollo sobre uno, el improbable animal se ha convertido en una de las mayores piedras de toque del debate sobre la representación de la realidad. Rafael Hernández y Leopoldo Lugones impugnaron la existencia de un caballo con semejante pelaje en el poema y Jorge Luis Borges la salvó señalando algo que todos parecían haber olvidado: todo arte es convencional. Es decir, la literatura nunca refleja la realidad, sino que opera con ella de diversas maneras, de acuerdo a convenciones genéricas, individuales, nacionales y de época, entre otras. El lenguaje nunca toca las cosas, pero da forma a nuestra relación con ellas. Y entonces, Hernán Ronsino monta sobre un overo rosado a Ramón Folcada, la continuidad ficcional de uno de los responsables de los fusilamientos de José León Suárez, y nos obliga a pensar nuestra relación con la violencia política que marca a fuego a la historia argentina. ¿Es del orden de lo real o de la ficción que haya un fusilado que vive?, nos preguntábamos ante Operación Masacre. ¿Y que el tipo que lo intentó fusilar pase el resto de sus días como comisario de un pueblo?, ¿que siga delinquiendo, impune?, ¿qué todos lo sepamos?, nos preguntamos ante Glaxo.
Ronsino se hace cargo de las convenciones literarias y de la criminal historia argentinas y produce sentido con ambas. Sí, todo arte es convencional: Folcada monta un overo rosado y duerme con una morena que se parece a la Marilyn Monroe o a la Tita Merello. Sí, la historia argentina es violenta: Folcada se lo grita a un mormón yanqui que está aterrado en un cañaveral pampeano y no entiende ni una palabra de lo que está escuchando: “Y porque fallé esa noche en el basural de Suárez quedó vivo ese negro peronista. Y ahora hay un libro. En ese libro no me nombran. Cuentan de qué manera se salvó. Se salvó de la masacre. Porque la llaman masacre. Pero ese hijo de puta lo que no sabe es que se salvó porque yo fallé. Y por ese error yo estoy ahora acá, en este pueblo de mierda”. Pero, si bien la operación con ambas series es fundamental, Glaxo no se clausura en ella. Trabaja con la tradición literaria y denuncia la criminalidad de la historia, pero también hace algo más.
Mucho más. Algo difícil de entender; porque es literatura y porque es verdad. Y difícil de explicar; porque los intérpretes son aún más inútiles que los taxónomos. Pero está en algo de lo que va pasando a medida que nos alejamos de los crímenes. En el cine del pueblito, donde pasan un western, Last train from Gun Hill (Último tren de Gun Hill), que los pibes representan luego para jugar. En esa película, un sheriff cómplice le avisaba a un colega incorruptible: “dentro de cuarenta años crecerán las mismas plantas sobre nuestras tumbas y nadie sabrá que fui cobarde y usted murió por defender la justicia”. El western siempre tiene un Kirk Douglas que tarde o temprano desmiente al cómplice y pone las cosas en su justo lugar. Pero al pueblo de la Glaxo no llegó. En venganza por una traición que no cometió, a Vardemann le hacen pagar sentencia por un asesinato que tampoco cometió. Apenas, el peluquero Vardemann imita torpemente la pose de Kirk Douglas, forma con sus dedos una imaginaria pistola y la apunta contra uno de los verdaderos criminales… por convención o por historia, en estos pagos la justicia suele ser del orden de la ficción.
Es curioso que la traducción francesa y la alemana no toleren el título de la novela. “Glaxo” apenas remite a un pueblito nombrado por cierta industria que le da movimiento y define su frontera con el campo. Una frontera similar a aquella en la cual transcurrió esa escena en que un paisano, sobre un overo rosado, se cruzó con otro que le contó una versión muy singular –una versión criolla- de la historia de Fausto. Pero, sobre todo, es un título sin épica. Como la justicia argentina. Inentendible y, por eso, intolerable. Como “el recuerdo de un tajo, irremediable, en la tierra”. Glaxo obliga a experimentar la imposibilidad de un western criollo, la opresión cotidiana de la impunidad. Lo que no se puede interpretar. Es demasiado afuera y se traduce –más cerca de la película norteamericana- como Dernier train pour Buenos Aires y Letzter Zug nach Buenos Aires; quizás porque un western criollo promete más paz. Pero la paz es más irreal que un overo rosado y el peluquero de pueblo Vardemann, nuestro Kirk Douglas, no puede desmentir al comisario. ¡Todos saben la verdad! Pero la intriga que nos captura es cómo, mientras un grupo de operarios se lleva para siempre las vías del ferrocarril, los pelos de todo el pueblo (justos, cobardes, cómplices o criminales) siguen mezclándose con el barro sobre el piso de la peluquería de la víctima.

miércoles, 18 de julio de 2012

2022: La guerra del gallo


2022: la guerra del gallo
De Juan Guinot
Talentura. 2012
204 páginas
Por Agustín Montenegro
  
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Literatura, utilidad e identidad

Creo en la utilidad de la literatura. Sin intención de polemizar en este punto, puede ser tanto al interior de la literatura misma, como hacia el mundo, en su relación con otras series, en este caso, la de la historia, la del cine, la de la política (si somos ingenuos, claro, y pensamos, por un segundo, que estas series pueden siquiera  considerarse por separado). Más bien, siendo la literatura un grupo de objetos terriblemente elitista y equívoco, prefiero decir, ahora: toda escritura, con función de ficción literaria, es útil para conocer el mundo, y por ende, la misma literatura.
Me pregunto, primero, si 2022 es útil para pensar y problematizar el tema de la guerra de Malvinas, más actual que nunca tras el reclamo por la soberanía que ha hecho este 2012 el Estado argentino. Pero me retraigo: los discursos y las perspectivas en torno a una tierra invadida no se presentan ni se ponen en crisis, sino que todo apunta a esa construcción ficticia de la guerra que perpetúa Masi a lo largo de su vida, y que sólo es funcional a la narración para proyectarlo en su aventura.
Me pregunto si sirve para observar el problema del "loco de la guerra", en la versión "ex-no combatiente" de Masi, joven guerrero adoctrinado en una disciplina militar rigurosa y autoimpuesta, potenciado por la derrota argentina del '82. Pero la presencia de elementos fantásticos y mágicos (muertes abruptas, maleficios familiares, transmutaciones animales) nos alejan de la posibilidad de una narrativa realista.
¿Puede ser, entonces, que estemos ante una novela que se acerque a lo que se llamó "realismo mágico"? Hay una intención de atribuir rasgos mágicos a aquellas muertes enigmáticas y pájaros de buen y mal agüero, pero lejos está de incluirse en aquel movimiento, estilo o estética (según la preferencia de cada uno) que actualizaba realidades mágicas en las ficciones del presente, pasado y futuro latinoamericanos.
Pienso, entonces, en el género de la ciencia ficción, y en la segunda parte de la novela, la más extensa, en la cual Masi se dirige a liberar el Peñón de Gibraltar, aunque más allá del futurismo tecnológico, las condiciones en las cuales dicho futuro deviene, y qué ser humano es sujeto de dicho futuro, no están presentes.
Primera hipótesis: para entender la obra de Guinot no hay que buscar su inscripción en un género o movimiento, ya que, en principio, escapa a las constantes que, exaltadas o quebradas, identifican a una obra en relación a otras obras, épocas, estilos.
Busco entonces: razones, filiaciones. El prólogo de Carlos Salem menciona Rambo, veo numerosas menciones a las películas de acción, a los Sábados de Súper Acción de la televisión argentina, a La guerra de las Galaxias, pienso en el discurso televisivo, quizás en Manuel Puig. Busco la problemática por el lado de la influencia de los medios masivos de comunicación en los sujetos y su relación con la posibilidad de un discurso nacional o nacionalista... pero Masi no posee instancias de reflexión, es un autómata con una misión determinada. Digo: "¡claro!" un personaje sin fisuras, compuesto únicamente por sus características, contra los "piratas" británicos, me hacen pensar que estoy ante una novela de aventuras futurista, de la rama más folletinesca de Salgari o Dumas... pero la "trama", lo privilegiado en el género, se diluye en búsquedas que se superponen y se intercambian, las islas Malvinas son reemplazadas en la mente de Masi por el Peñón de Gibraltar, y la narración jamás se detiene en los espacios que ella misma construye.
Entonces, ¿qué es 2022? ¿Dónde construye su identidad, si su filiación es imposible? Segunda hipótesis: 2022, según lo establecen varias columnas en blogs y páginas culturales, 2022: La guerra del gallo es una novela completamente original.
Como parte de la línea que viene siguiendo esta columna, me pregunto si es posible escribir narrativa argentina sin inscribirse, de forma conciente o inconciente, en la tradición. Correa habló, en la reseña inaugural de Las lecturas, sobre la posibilidad de fagocitar y devorar a los grandes nombres. Quizás en otras palabras, hacer lo que, según Borges, Kafka hizo con sus precursores: volverlos kafkianos. Para lograr eso, para ser realmente una narrativa original, que devore a la vieja y dé a luz la del futuro, la literatura debe pensar su identidad, su pasado, su filiación: refugiarse, con una literatura calculada, en el ala gigantesca de pajarraco institucional que ofrece la tradición, o incendiarla, bajarla de un flechazo, certero y mortal.
La originalidad no está en irse al mazo y barajar de vuelta. Eso es abrirse del juego de la literatura, y reconocer, en un gesto ya ególatra, ya cobarde, que uno no está dispuesto a jugar en esas condiciones, cuando la verdadera victoria está en aceptar, con aplomo, que las condiciones las impone el mundo, y en ganarle por primera vez, con sus propias reglas: la originalidad es el arte de hacer por primera vez, muchas veces por primera vez, lo que otros ya hicieron, de forma cada vez más distinta, multiplicando, como dijo Leónidas Lamborghini, la diferencia, hasta quebrar por completo lo previo, disolverlo en lo propio.
Si 2022 es una novela original, como dicen varios críticos, es porque ha nacido huérfana y aislada: como si fuera un niño abandonado en una isla desierta, forzado a descubrir el fuego e inventar la rueda, mientras en la isla vecina, los otros chicos han construido mil bicicletas, y han incendiado mil rascacielos.
Ahí, pienso, está el problema que me presenta 2022: primero, que su virtud se encuentra en su contenido informe y que, al mismo tiempo, al no tener forma determinada (ni género ni filiación, sino pura intención-de) me muestra que no se piensa a sí misma, ni piensa a la literatura.
Cada cuento, novela o poesía (con sus deseos, anhelos, historias y muertes) es un prisma que me muestra el mundo, mil veces proyectado, en los otros miles de prismas que constituyen lo que llamamos literatura. Dentro de ese mundo proyectado, se encuentra, por supuesto, el de la literatura misma. Si vemos la novela de Guinot como aquel prisma, la conclusión, luego de observar mundos y literaturas a través de su óptica, es que incluso más allá del gusto, cualquier obra puede ser, cuanto menos, útil. Por ejemplo, para entender que una obra a veces puede limitarse a existir, como un objeto en el mundo, que a su vez hace posible que existan otros objetos más o menos similares, es decir, los libros, las ficciones: la literatura en su acepción menos compleja. Entonces, primera conclusión, 2022 se afirma como objeto, pero no pone nada en juego: ni al lector, ni su tema, ni su propio cuerpo, y es por eso que no puede decir de sí misma más que su propia narración.
Me es útil, también, para comprender que esa narración, con la intención de estar estructurada, en principio, en torno a un tema (en este caso, la guerra de Malvinas), ubica al objeto como parte de la discusión, sin importar si no tiene nada para decir, o si aburre lo que dice, o incluso, si lo dice mal. Se presentan, entonces, dos paradojas. La del lector crítico, que establece que hay que leer todo incluso a pesar de todo. La de la literatura, que muestra que no importa si la obra es buena, o mala, si gusta, o si aburre: en un determinado momento presente, si se constituye como objeto, forma parte de la constelación de discursos literarios que la circundan.
Entonces, sí, 2022 puede considerarse una obra completamente original (sin que esto, como hemos visto, sea positivo), y útil para cierta lectura. Pero el problema reside, justamente, en que si buscamos la originalidad en la forma de 2022, encontraremos que dicha forma no existe: 2022 es puro contenido. Si pensamos en buscar su originalidad en la relación con la tradición argentina, veremos que nadie puede identificar a sus padres, ni a la salida del colegio, ni a la entrada a la morgue.
Alabar literatura sin identidad es alabar el nacimiento de niños ignotos sin posibilidad de constituirse como sujetos, decididos, como Masi, a ir derecho y sin pensar hasta un objetivo sin razón de ser. Postular una posible utilidad de cierta literatura puede servir como operación crítica que nos dispense de la condena o la adoración, tan cara al oficio de la crítica literaria. A su vez, y primordialmente, sería un acto irresponsable e hipócrita motivar discursos que esterilizan la lucha que la literatura debe, necesariamente, retomar. Esto nos hace volver, y recordar, la primera paradoja: la noción de que el verdadero lector crítico debe leer todo, a todos, y de forma profunda. Segunda conclusión final: 2022 me es útil para saber que la literatura, sin identidad, no existe.
En el orden de la ciencia ficción que tampoco fue, 2022 me provoca una visión futurista, no muy aleccionadora: si la literatura no se piensa a sí misma, ni a su pasado, va a desaparecer. Sólo van a quedar escrituras aisladas, eternas, referenciales: cosas del mundo cuyas virtudes no deberían envidiar una buena remera estampada, ni un distópico cine en continuado, donde las películas sean puro contenido, infinito, e inútil.

jueves, 12 de julio de 2012

gotas de crítica común, de Emiliano Bustos


gotas de crítica común
Emiliano Bustos
Libros de la talita dorada. 2011
Colección Los detectives salvajes
104 pág.
Por Nicolás Correa

     Bustos, el brujo

Bustos no es un cyborg.
Las redes se despliegan en todos los sentidos. Es la forma en que se produce el proceso de digestión: Bustos ha sufrido la poesía de otras generaciones, la ha leído, la ha sentido en el cuerpo, la ha digerido y finalmente, felizmente, es capaz de develar la forma en que la red se despliega.
Es la intertextualidad, sí, en ese caso la red se vuelve visible, pero no es lo único, porque la red es en su poesía, hacia adentro y hacia fuera. Va y viene, sufre la filiación al pasado, sufre la producción del presente. Constantemente pierde y recupera una memoria construida de tradiciones, de eventos continuos, de temporalidades, relaciones entre padres e hijos, digestión en proceso.
Bustos no es un cyborg.
El poeta pone el cuerpo en el ritual, le pone el cuerpo al peso de la red para que la sociedad no perciba la densidad del proceso, y expone las variables hereditarias: padres e hijos, padres versus hijos, padres o hijos.
Observación del ritual: devorar otros textos, convertirlos en jirones de textos que son solo visibilidad intertextual, porque la parte oscura queda en Bustos, los efectos del rito son su poesía. Pero no está sólo.
El orígen de nuestra patria literatura, el devenir de nuestra patria literatura, los días anteriores de que nuestra patria literatura salga de la pampa y sea trágica nación: “… descansaré a la/ sombra de lo único que tiene la pampa/ y los poetas medirán el impulso asesino…”[1] Lee en el código hereditario la posibilidad de llevar la antorcha, de cargar con los muertos, pero tiene una capacidad asesina.
Bustos no es un cyborg, está lejos de ser una máquina.
Aleja la llama de la memoria, la apaga y la prende funcional, luminaria de una poética que mastica las herencias. Aquellos míticos personajes, no son ellos, sino visible intertextualidad, son entidades vacías, “Aquiles es la furia/ el capricho, luego la pena por Patroclo;/ pero Héctor se está despidiendo de su hijo, ahí,/ en algún lugar de su hermosa casa…”  Hay un Aquiles, un Héctor, un Astianacte, pero son otros. Robados de su patria, devueltos a otro espacio, y es en ese lugar donde ya no son míticos, sino padre, hijo y enemigo, de carne y hueso.
Gotas de crítica común no es una máquina, es brujería. Y Bustos no es una máquina, las máquinas no digieren, cumplen funciones, es brujo, curandero, hechicero. Es capaz de pensar una patria poética.   






[1] “El chancho muerto” en gotas de crítica común. Emiliano Bustos, Libros de la talita dorada, City Bell, 2011. En este poema, Bustos lleva a cabo el ritual: el sacrificio del chancho. El valor de lo sagrado produce un nuevo simiente/ devenir. Las tripas son regadas en la red, el peso de las vísceras no comestibles, Bustos devuelve a su lugar a los poetas, exige rituales, exige una nueva forma de leer, de escribir, de pensar la producción y no la reproducción del discurso, pero desde la totalidad, contradictoria, sí. En palabras de Cornejo Polar, Bustos es el poeta de la totalidad contradictoria, es por momentos, imposible de asirlo, aunque la referencialidad sea visible. Bustos ejerce la brujería, se maneja a saltos en el tiempo, desordena los hechos históricos, en otros momentos los mantiene lineales o los vuelve cíclicos. Puede leer en el pasado el encantamiento de las serpientes o la serie poética de otros que intentan detentar brujería.

viernes, 6 de julio de 2012

Reseña inaugural

Las lecturas da la bienvenida a su primer reseña.

Pasen y lean


Los fantasmas siempre tienen hambre
José María Marcos
Editorial Muerde Muertos. 2010
Colección Muertos
120 pág.
Por Nicolás Correa

 

Parricidio
Supongamos que descubrimos que dentro de nosotros habita una entidad que espía el mundo que nos rodea a través de nuestros ojos. Ahora, supongamos que esa relación parasitaria a la que somos sometidos, en un momento, nos permite volvernos parásitos y dejar nuestro lugar de huéspedes.

Suposiciones
He aquí el gran dilema de la literatura Argentina: ¿matar o no matar a los padres? Pregunta un poco pasada de moda, sí. Pregunta retóricamente anacrónica, también. José María Marcos escribió uno de los mejores cuentos de los últimos cinco años, es cierto. Hablo de “Ceguera”, un artificio que nos ubica de lleno en el problema de las patriarcales genealogías literarias.
Es el artificio, el artificio mismo que José María Marcos reformula. Eso es lo interesante, me dice una vocecita. Exacto. El artificio comienza con una cita del ya difunto corporalmente Jota Ele Borges: No habrá nunca una puerta. Estás adentro.
José María Marcos se come a Borges. Se lo fagocita. Entero. Desarrolla un mecanismo de defensa que termina invirtiendo los términos y en lugar de volverse un discurso reproductivo de esa herencia patriarcal, produce un nuevo sentido. Lo produce.
Es más, juega a revelarnos el artificio, su placer, el placer de su escritura. Le pone a su invención el nombre de Ernesto. El escritor tiende las redes. Rizomáticamente se despliegan y evocan rencillas de un mundo que dividió las aguas: el ciego o el ciego. Nuestro escritor, en su proceso de digestión aclara: “... ponerle ese nombre fue puro azar...” La aclaración equivale a un movimiento pendular (sí, también pienso en Poe): cuando el péndulo se inclina hacia la izquierda, toca lo estrictamente narrativo, la ficción en su sentido pleno, al otro lado, el artificio, el invento sagrado. Mientras tanto José María Marcos digiere años de literatura Argentina.
La tradición aparece en todos lados, la tradición y el patriarcado, en cada cuento hay un núcleo duro, “Y nadie puede cambiar esa historia, ese/ núcleo, nadie que crea en ese núcleo puede/ cambiar ese núcleo…”[1]: la familia. Es decir, el legado, la herencia. En cada cuento se altera el núcleo.
Imagino a José María Marcos recluido detrás de un ventanal, escribiendo sin dejar de mirar lo que pasa en la calle, en los otros libros, sin dejar de ver los fantasmas, digiriendo de manera constante cada una de las hojas que nos legaron.
Y es como el escritor nos dice: “Cumplí mi destino, y nada más. Les quité la vida a muchas personas, y sus fantasmas no vinieron a acosarme, tal vez, porque si uno no cree en ellos, ellos no pueden creer en uno”.
El proceso de digestión ha terminado.
Fundamental para nuestra literatura: “Ceguera”.






[1] Extraido del poema de Emiliano Bustos “ERP”, gotas de crítica común, Libros de la talita dorada, City Bell, 2011. Vale aclarar que Bustos hace referencia, en alguna línea de lectura, a la herencia política.

martes, 3 de julio de 2012

Las lecturas es un espacio de producción textual sobre la Narrativa Argentina Contemporánea.