miércoles, 28 de noviembre de 2012

Laura Estrín es Laura Estrín es Laura Estrín



Texto cedido por nuestra invitada a la charla del 26/10, Laura Estrín, en la Biblioteca Nacional, sobre la utilidad de la literatura.

Y voy a dar nombres
Laura Estrín

Me pregunto si se trata de definir qué es la literatura y qué literatura argentina da vueltas ahora. Y desde dónde puede preguntárselo.
La literatura es un mercado o una librería -dice Libertella- y es una batalla y una definición dentro de la política de los que la hacemos. Dicen que el poder es poder seguir hablando o, lo que es lo mismo, hacerse uno mismo las preguntas. Y las preguntas son puertas subjetivas, existenciales cuando son verdaderas porque siempre en lo que digo se juega lo que soy y lo que quiero hacer.

Si se trata de literatura tal vez sería cuestión de decir, ´esto es lindo y esto feo´ o, mejor, ´esto es bueno y esto es malo´. La literatura es una ética que trasciende a todas las demás, creo que de eso se trata el arte: lo que pueden hacer sólo algunos aunque todos escriban.

No quiero discutir por palabras que llenamos de diversos modos porque no es posible aclararlas todas. Pero me gustan algunas variantes del realismo y de lo biográfico, entendiendo por esto un modo de transponer lo que a nos entra por los ojos o por las orejas. Néstor Sánchez escribe que el escritor que inventa es porque no puede estetizar su propia vida. Así Zelarayan registró lo que impresionaba sus sentidos dentro de la geografía que le copó la obra: la provincia.

Tampoco creo que hay que tener miedo de hablar de sentido después de un siglo y medio de imperio de la forma. Quiero enormes y simultáneos sentidos vivos en perfectas formas. La literatura es lo que da sentido. Por eso les contaré un grave problema que siento hoy:
Tengo dos amigos, escriben genialmente bien, hermanos mellizos mancomunados –como dice Tsvietáieva-, uno disloca en frases líricas una historia que así se le interrumpe, el otro hilvana una narración elocuente pero la palabra, el registro, está tan bien conseguido que el relato se entrecorta demasiado y termino sin entender qué dice, qué cuenta y, lo peor, empiezo a preguntarme “¡¿para qué sirve!?”

Como ven me gusta que la literatura diga algo, haga algo, marque algo, que muestre ese vacío potentísimo, el más grande de todos los agujeros que nos rodean aunque sea solamente un retazo de mundo lo pueda atrapar y nosotros mismos quedemos transpuestos como los jirones maltrechos que somos. Pero esa poca cosa que se puede hacer constituye una literatura avasallante, imperial, la que afecta e impresiona más, la que hace hablar y escribir a los que hablan y escriben.

Una parte del asunto, entonces, es conseguir una rugosidad tanto en la lengua como en lo que se dice. Buscar ese preciso y justo hermetismo, duro y necesario para que los brutos crean que es Góngora- como decía Libertella- pero que a la vez es ese lugar donde se pueda encontrarme y  leerme clara, transparente. Cuando escribo quiero hacerme entender sin explicarme porque hacerlo es muy aburrido. Y quiero que quede claro que esa rugosidad que espero es profundidad, tradición, continuidad, lectura, experiencia, saberes y grito, con Shklovski y Steimberg digo entonces: hago lo que se, en eso soy un profesional.

Así, ese sistema altamente selectivo del que hablo no es sólo capricho sino muchos años de lecturas, escrituras y conversaciones, algo muy objetivo. Siempre hay que sacar mito de lo que uno escucha, es decir capas y capas de ideas que no agregaron nada salvo alguna vez, en su original formulación primera. Pero, sin embargo, tengo que leer y escribir sabiendo que hay historia y que ella ya hizo muchas cosas en la literatura: ya se expresó, ya hizo silencio, ya gritó, el asunto de lo arcaico, de lo nuevo y de la vanguardia, son fenómenos que no puedo olvidar al leer y al escribir. No puedo volver a inventar la pólvora aunque cada generación lo intente diversamente.
Para mí la escritura debe buscar y conseguir algo original, ese sobresalto, ese decirlo de manera única por primera vez. La literatura es lo que se dice por primera vez.

La literatura es lo más singular de todo, el mayor compromiso que se tiene con uno mismo: ser el mejor. Escribir para ser el mejor, para que nos presten atención, para que nos quieran (como decía Pizarnik en sus diarios), para tener algún lugar adonde ir porque no hay ningún lugar adonde ir –como puso en sus memorias Jonas Mekas.

Todo esto hace que la literatura moleste y sobre en todos lados (incluso en los lugares en que dice estudiársela); la literatura es siempre lo que incomoda, lo que excede, aunque sea de una gran utilidad: todos escribimos para algo y para alguien. Todos escribimos pero sólo algunos lo consiguen entre todos.

Hoy casi muchos escriben: el mail es casi lo mejor del mundo. Es la correspondencia de esta era, la misiva en el tocador del siglo XXI. El chat es el salón literario, la conversación entre amigos, lo que desmantela el tiempo. Pero no todo eso es ficción, no todo es construcción o producción (ahora que a los poetas del ´90 los llaman materialistas!).
Quiero decir que hay hechos concretos, cosas materiales, actos que son bien reales. La literatura nos golpea en la cara y en el corazón. 
Sólo el exceso de ciertas concepciones teóricas lleva a la idea de que todo es literatura y de que todo es invención y de que todos podemos expresarnos literariamente. La maldita ficción o el cuento del tío o el pacto de lectura son artículos muy menores al lado de lo que es leer De sólo estar de Castilla. La literatura es el discurso que más y mejor pelea con la nada que vemos a cada momento que amenaza con llevárselo todo, es la forma más conservatoria y condensatoria que hay de información y estética. La literatura lucha por transponer, patentizar algo, sabe que no es realidad y sabe lo que cuesta hacer lo real y se empecina en realizarlo.

Sólo cuando hay autor todo va a parar a un libro. Sin él no hay literatura. Se ha terminado creyendo que sin lector no hay literatura, error: la literatura arma, espera y mata lectores. Hay literatura sin lectores que espera paciente o terriblemente porque la literatura siempre viene del futuro.

La literatura es una dificultad, un kilombo, un ser tomado por la literatura es un ser muy especial, un tipo muy aguantador y confiado pero a la vez pretencioso, arbitrario y fundamentalmente voraz y exquisito. Si lee quiere encontrar ahí algo que le de vuelta la cabeza. Sin embargo, hay lectores que no leen más y lectores que sólo leen lo que les regalan (y a caballo regalado no se le miran los dientes, no?). Hay lectores pragmáticos y también hay señores perezosos como esos que dicen siguiendo a Hegel que la literatura "ya fue", que los aburre leer por eso hacen de cualquier verdura literatura y se equivocan soberanamente. Esos creen que les gusta la literatura pero les gusta otra cosa, frase de Yeats repetida por Hugo Savino.
Si se aburren de leer y escribir literatura que vayan a hacer ikebana. No hay que confundir un deporte con otro, un best seller no es ni mejor ni peor que la literatura, es otra cosa.

 Hace un tiempo me di cuenta de que los que eran lectores comprometidos en los ´80 son ahora fervientes deconstruccionistas y al revés sucede otro tanto. Sabía que con el tiempo casi todo da la vuelta completa pero que ese retorno fuera tan paradigmático, tan exactamente una inversión de lo mismo, no lo creí posible. Sin embargo debe ser que entre estructuralistas y panfletarios no había habido tanta diferencia, lo digo con un ejemplo: los que se quisieron discípulos de Piglia ahora se arrojan a los brazos de Aira: a lo mejor eran dos caras de lo mismo. No lo sé.
Piglia fue un buen lector de Macedonio y de Arlt, Aira extendió la literatura argentina genialmente pero al igual que Piglia tiene una matriz borgeana, como Saer y tantos otros. Pocos salen de ahí. Y Borges encegueció nuestra literatura.
La literatura es un kilombo porque es un juicio demoledor, no absoluto como el "espíritu", porque no es abstracta sino bien concreta y por eso jode, molesta, es el malestar en la cultura (como enseñó Nicolás Rosa repitiendo a Freud). Un malestar físico, una enfermedad y genera una relación directa porque escribe novelas directas. Sin mediación ni dialéctica. Como Murena y Martínez Estrada y Correas.
Nunca con la literatura hay que irse más allá de la física –como recomendaba el mismo Nicolás- y llegar rengueando a la metafísica. Y los libros por ser física, por ser una forma de vida, por ser un cuerpo determinado, efectivamente ocupan lugar y molestan, rompen los géneros que los ordenan para que nadie levante la perdiz, hinchan al que lee para apaciguarse y joden a la familia del que lee. Maldición eterna a quien lea estas páginas, porque los libros dejan atrás a los padres y al marido que lo mejor que puede hacer, tal como lo hizo, es desentenderse de Madame Bovary.

De un libro no se sale igual que cuando se entró en él, un libro no nos deja tranquietos -como dijo una vez mi hermana para sincopar un modo imposible en la infancia y en la literatura porque sabemos que lo que no se aprende en ella no se aprende más. No permanece igual un cuerpo que leyó y escribió Gombrowicz, eso nos permite pensar Gómez en sus disparatados e increíbles libros sobre su amigo. Hay que acompañar y sostener con el cuerpo el libro y hay cuerpos que no soportan los libros que ellos mismos han escrito. La obra de Juan L.Ortíz es muy pesada porque le sobra un sauce y además porque esa edición violeta es insostenible, cansa los brazos de sostenerla. Un ser tan delgadito con una obra tan carnosa, les diría si me apuran -como dijo Viñas.

La literatura no es obligatoria pero si nos atraviesa nos condena, nos hace imposibles para algunos trabajos, nos hace perder confianzas, la literatura nos hace perder los buenos modos. La literatura es Victoria Ocampo comiendo con los dedos detrás de una cortina pollo en la recepción de un embajador para poder luego pasar por anoréxica. La literatura son los hijos de Herzen educados por la amiga de Nietzsche, un encuentro inaudito. La literatura es una experiencia única. Y los lectores-autores son seres cándidos pero muy deformados. Ilusos muy exigentes, por eso los libros son ánimos o ánimas singulares.

La literatura no es algo común: no es “volver del bingo y levantarse una negra”. No es banal ni gratuita, tampoco es ritmo ni lenguaje, es mucho más que eso, es magia, genialidad, es algo muy preciso y justo. Una velocidad inapelable. Una terrible justicia “sin atenuantes ni consuelo” –y sigo acá a N.Sanchez.
La literatura es lo que nos cambió alguna vez la vida, la que nos salvo condenándonos a lo distinto, a saber de lo lisito como dice Puig o a saber de los cadáveres, como dice Perlongher. Es un corazón propicio como dijo Platonov y un cuello largo como supo Leónidas Lamborghini. Es lo que Irina Bogdaschevski llevó al campo de trabajos de forzados para los del ´este´: La correspondencia con los amigos de Gogol. Un libro que muy pocos soportan.

Y claro que tengo un saber y un entender torcido, deformado, subjetivo, arbitrario y rotundo. Porque somos lo que leemos y algunos maestros de lecturas nos deforman inevitablemente. Pero, grave problema, pésimos escritores son geniales lectores, malos escritores son buenos y precisos conversadores y editores, son buenísimos stalkers de grandes textos. Todos tenemos un amigo judío y un amigo que escribe mal.

Y usando palabras de ese maestro duro que tuve digo que la literatura es un objeto frágil y recalcitrante a la vez, repugna las definiciones y los paneles, también las polémicas literarias porque se puede decir cualquier cosa que no pasa nada salvo que uno mismo queda como un boludo. Como yo acá.

Pero repito que mi elección es volver al sentido, a la valoración, a la originalidad. A series subjetivas, impresionistas, que desaparecieron un poco en el XX donde nos exigieron ser precisos, respetar los niveles de análisis, ser cirujanos especialistas pero somos hijos de médicos y nos automedicamos. Y la literatura nos hace para siempre anacrónicos, intolerantes, impertinentes, digo ´si y no´ pero también y simultáneamente ´si o no´, en literatura no hay democracia, sino que está la imperturbable búsqueda de una salida, como aseguró Kafka, de una terrible claridad. La literatura es una vigilia eterna. La literatura valora directamente la vida, la literatura no da vueltas, apuñala por la espalda cuando queremos escapar como en Juan Moreira (¿o recuerdo mal?).

Y hay frases, consignas, que se han usado-entendido sistemáticamente mal como lo de "un libro sobre nada" que no es lo que pretendía Flaubert porque no hay libros sobre nada y sino piensen por qué Zelarayán dijo que la crítica literaria argentina se parece a Bouvard y Pecuchet. 

Y, entonces, la clasificación que separa obras de lenguaje y obras con historia, tampoco existe. Todos son discursos por lo menos dobles, no hay lo uno sin lo otro.
El juicio estético se ha oscurecido en la era de la crítica como enigma y sospecha, como suspensión y devenir (!). Pero percibo que sin valoración, sin ejemplos, la tarea se vuelve de clasificación o catalogación.
Y en este momento entro en confusión: ¿de qué hablo, de crítica o de literatura contemporánea? ¡Nos hicieron creer que eran lo mismo!

Dije que el problema no está inicialmente en lo que escribimos sino en lo que leemos y cómo leemos. Casi todo está en si leemos libres, sueltos, sin pedir permiso (como dice Mandelstam) o si recorremos sólo el canon de una institución, sea ésta el periodismo, la universidad, etc. Así escribimos y nuestra literatura se hace a la medida de eso que vivimos. En mi caso leo-vivo sin salvar distancias además de los autores que ya cité, a algunos rusos, a Jane Bowles, a Correas, a Jorge Quiroga, a Nestor Torres, Federico Damiano, Mariano Massone, Robert Walser, a Chagall y Pisarró, a Damián Ríos, a Rienzi, a Andrés Monteagudo, Leonor Pichetti, Javier Fernández y muchos más. Y con ellos escribo. Creo en esa literatura sin consuelo, desesperada, que ellos hacen mientras otra clausura y se clausura en superficies festivas o teóricas o lights que son lo mismo.

Tal vez atraso, tal vez tengo nostalgia de la literatura -como supuso Milita Molina- pero no creo en proyectos, ni en planes sino en genios o dones, en obras, charlas, lecturas y vidas. La literatura es lo que no podemos frenar, no lo que nos proponemos hacer como un laburito a ver qué se siente si escribo 1000 páginas.
Leer y escribir es mirar el orden de las cosas cuando dejan de ser cosas y se vuelven nuestra propia vida. Y entonces hago terribles escritos de quejas que cantan mis mejores defectos. La literatura se justiprecia, sin idealismo ni utopía porque jugamos a pérdida, somos contemporáneos de todo el tiempo, a veces hay que recordar que muchas presencias concomitantes son sólo formales.

Algunos reducen esto a clasicismo versus romanticismo, a principios democráticos o aristocráticos, yo también lo hago a veces. Pero no alcanza. Literatura no es lo que hay, eso que dijo Ricardo Rojas por el 1900 al escribir su monumental Historia que es igualito a lo que repiten algunos editores en el 2000.
Literatura es lo que rompe con todo, lo impredecible, lo increíble, eso sencillo y simple que alguna vez leímos y nos hizo hablar de estas cosas.


Octubre 2012



Laura Estrin es Profesora y Licenciada en Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde cumple 20 años como Jefe de Trabajos Prácticos en Teoría Literaria III y desde hace 10 en Literaturas Eslavas. También es investigadora del Instituto de Literatura Argentina de la misma facultad.

Fue editora fundadora de la Editorial Santiago Arcos y dirige la colección de autores argentinos en Editorial Letranomada donde prologó Zettel de Héctor Libertella (2009).
Tiene inédito un libro sobre literatura rusa contemporánea.

Colabora en numerosas revistas. Publicó el ensayo César Aira. El realismo y sus extremos en 1999.

En su trabajo de investigación escribió sobre R.Rojas y E.Pezzoni (Políticas de la crítica, 1999), sobre E.Wilde y H.Murena (Historia del ensayo argentino, 2003), sobre A.Gerchunoff y C.Mastronardi (Literatura Argentina del Siglo XX, Tomo I y III, 2007).
En los últimos años publicó “El viaje del provinciano” en Las políticas de los caminos (2009) y en Políticas del realismo (2012)
Tiene un trabajo sobre Héctor Libertella en El efecto Libertella (2011), otro sobre J:C.Ritvo en Una poética de la interrupción y sobre C.Correas en Decirlo todo (2012).

 Ordenó y prologó la obra inédita de R.Zelarayán en Lata peinada de (2008). 

Prologó y seleccionó los poemas de Simbolistas rusos (2006), Tres poemas (2006) y Cazador de ratas de M.Tsvietáieva (2007), la introducción al Tolstoi de V.Shklovski y a una antología de textos de V.Jlebnikov a publicarse en España. Colaboró en la edición de Cartas de Chejov (2010) y escribió el texto que acompaña a Tercera fábrica y Érase una vez de Shklovski (2012). Prepara materiales de  Dovlatov y Remizov junto a Irina Bogdaschevski con la que trabaja hace casi una década acompañando sus traducciones rusas.

Sus libros de poesía, estampas y crónicas son: Álbum (2001), Parque Chacabuco (2004), Alles Ding (2007), A maroma (2010), Tapa de sol (inédito) y ahora escribe Ánimas.

martes, 27 de noviembre de 2012

Entrando al silencio



Árboles de tronco rojo
Marcelo Guerrieri
Editorial Muerde Muertos, 2012
Colección Muerde Muertos
110 Pág.
Nicolás Correa

Una narrativa propia

Asistir al momento del ritual, asistir al origen de la literatura.

Lezama Lima afirma que la narrativa Latinoamericana significa para nosotros algo que no es narrativa ni es latinoamericana, sino el relato supraverbo de lo entrevisto, del intesticio, la fiesta del nacimiento de nuevos sentidos.
Siguiendo este pensamiento, destaco que llama a la narrativa Latinoamericana: la fiesta del nacimiento de nuevos sentidos, y lo hace pensando en la invención de categorías que nos han definido e indicado qué y cómo leer: la coartada de la conquista. No somos ni narrativa ni latinoamericanos. Inteligente se desmarca: somos contradictorios, y en esa contradicción la posibilidad de producir nuevos sentidos[1] y principalmente, propios sentidos.
No hay tantas posiciones seguras.
Ante la coartada, abruptamente sintetizo quinientos años de aberraciones, la literatura ritual: romper con la hegemonía de las categorías inmóviles. Ante la frialdad del hemisferio norte, el calor del fuego y la iniciación.
Ritual y antropofagia.
La literatura posibilita entradas a la realidad, no se trata de “representar” una realidad. Apuesta mayor: Modos de asedio[2], nuevos sentidos, la forma de relacionarse con la realidad.
Los nuevos sentidos: “Nos hacen percibir un mundo extrañado. Lo que no es tan simple es comprender que la escritura es un ritual. La aparición del instante poético, en verso o en prosa, es equivalente a una revelación, a “una porción de eternidad”. Escribir es, para algunos escritores, provocar esa revelación” [3]Y después el libro como hecho social ritual, el ritual comunitario.
Nos educan con la noción de que la escritura es útil para dar cuenta de una realidad. Literatura utilitaria para contar hechos con cierta veracidad.
Fuerza opositiva: escritura ritual, no como un ejercicio de escribano, diría Barthes,  reduciendo la literatura a un mero gesto notarial (la medicina propia siempre es la mejor). El ritual supone una superación del notariado. Escritor como hechicero, y el libro como el fuego comunitario, allí la utilidad en grado sumo: el gesto en las circulaciones mínimas e íntimas. Después la ingestión, el sacrificio.
Todo es un bien consumible.
Entonces
el ritual como imagen. El escritor no como un agente de denuncia o como un espejo de la realidad, sino como una suerte de hechicero que comparte su magia en comunidad. Asistir al ritual de las pasiones humanas, y contradictorias, por cierto.
Árboles de tronco rojo: la imagen sagrada, el fuego quema y consume, da calor y ocasiona pérdida. La pérdida: el escritor es capaz de entrar al drama humano por medio de los rituales. No es necesario que el núcleo del conflicto sea revelado, sino más bien permitir un modo de asedio a esa realidad, un nuevo sentido.
El hechicero escucha el pedido. La organicidad del llamado de los personajes, incluso es capaz de leer la médula ósea del personaje. El personaje tiene la posibilidad de latir por sí mismo.
Ofrenda al lector: el personaje y su organicidad. El modo de asedio no permite ciertas concesiones al receptor, Árboles de tronco rojo ofrece: posicionarse, no quedan huecos laxos: hay tarea para todos[4].
Y el sacrificio de lo cotidiano. Allí la potencia de escuchar lo orgánico del personaje y no dejar ninguna marca de autor. Guerrieri hechicero borra su marca. Es padre, pero no deja huellas. Es capaz de dar vida y no reclamar potestad. Ahí la mayor trascendencia de la herencia. Arroja la tradición al fuego sagrado.
La imagen: el fuego consume toda tradición.

El ritual es un momento de suspensión del tiempo. Así el relato queda flotando, el lector espectador de la imagen ritual: “Dano no ve nada”, modo de asedio y suspensión del relato, la espera, el detalle de la sorpresa.
La preponderancia de lo pequeño.
El fuego es caníbal, como la escritura, fagocita la tradición. Lo extraordinario de la narración de Guerrieri es el lenguaje ritual. Nuevo sentido. La suspensión como forma de mostración.
Aparecen las circulaciones mínimas e íntimas de la narración, lo pequeño, el movimiento casi imperceptible del personaje: pequeños centros de narratividad que se potencian hasta quebrar el hilo de lo cotidiano. Allí lo extraño, nuevo sentido y asedio.
Guerrieri reinventa el mundo conocido, el mundo posible lo vuelve imposible.
Produce sentidos, como en “La inundación”. No se trata de reproducir un evento, sino escuchar el augurio. Produce nuestros más profundos mundos posibles, asistimos a un ritual de sacrificio en la intimidad del mundo conocido.




[1] Cornejo Polar, Antonio, 1983. “Literatura peruana: totalidad contradictoria”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, IX, 18, p.p 37-50.
[2] Ojeda, Ana. Modos de asedio, El 8vo Loco, Buenos Aires, 2007.
[3] Extraído de algún lugar de la red.
[4] D´Antonio, Florencia. “¿El peso o la levedad?”, para Las lecturas, vía Culturamas, Buenos Aires, 2012.
www.culturamas.es

martes, 6 de noviembre de 2012

Literatura de nuestros días. Los refugios, de Edgardo Scott



Los refugios
Edgardo Scott
Colección Solo Cuentos
EDULP
121 pág.

Mariana Cinat

En la igualdad la diferencia y en la diferencia identidad

           Los refugios es un libro.
De cuentos.
Basta con leer algún fragmento al azar para percibir el vaivén rítmico y sugestivo en su escritura.

Pero la estética intrínseca de Los refugios no es privativa: universos repletos de significados y sentidos inundan sus páginas. La literatura es una práctica artística inevitablemente ideológica. No demanda novedad, sino utilidad: el escritor necesariamente opera el texto haciendo de las historias artilugios; concibiendo la literatura como la pieza indispensable para hacer. La literatura útil no sólo dice, la literatura útil hace. Hace desde el momento en que franquea la mera reproducción y produce infinitas realidades.

 Como cajas chinas, la literatura existe porque dialoga con la tradición, pero también porque incluye su presente, su hoy como categoría deliberada e inherente al texto. Scott no lo ignora; al contrario, escribe desde y para el ahora. No es tarea fácil problematizar la realidad que se nos impone día a día. Hay momentos en que las piernas pesan, hay otros en que la vida también. El autor focaliza esos instantes de desazón en los que creamos guaridas, refugios destinados a esquivar esas profundas angustias subterráneas. Cada cuento domina una suerte de exotismo, una singularidad para evadir lo que escarmienta a todos los hombres desde todos los tiempos: el peso de la existencia.

Los refugios será útil en tanto conceda un espacio de cohesión entre autor-receptor. Sólo en la medida en que el receptor lea y se con-funda en las historias, Edgardo Scott habrá producido nuevas realidades. Es tarea del lector reescribirlas, colaborar con el proceso escritural del autor y desafiar los arbitrarios límites que nos impone el mundo. Porque leer literatura contemporánea es arriesgarse. Compartir el contexto social, cultural y político del libro, exige una valoración del contenido con respecto a su entorno sumamente ardua y espinosa. Sin embargo, no todos los lectores lograrán activar-se y activar los cuentos, cada uno se descubrirá creador sólo de algunos.

Los refugios exhibe lo colectivo para ahondar en los rincones subjetivos e internos de cada uno. No escatima público, hay lugar para todos: para los que viven del recuerdo, para los amantes, para los prisioneros de la rutina productivamente improductiva, para los adictos, para los asesinos, para los nadadores, para los soñadores, para los ociosos, para los escritores, para los amigos, para los vampiros. Sin embargo, es posible que más de uno capte una tensión en las historias que no cesa, un halo de angustia estática, constante, que no desaparece. Es que cada cuento es un refugio, cada cuento está para alguien. Un cuento y su refugio, su refugio-cuento. Scott induce así al lector a reflexionar sobre su condición de sujeto: en la igualdad está la diferencia. Y en la diferencia la identidad.

Sí, cuando pesan las piernas, cuando pesa la vida todos nos amparamos en un refugio. Los refugios entonces será un texto útil en la medida en que consiga cerrar el círculo[1]. En la medida en que cada lector se encuentre por lo menos en una historia, la reviva y dinamice; la active y así, subvertida, transformada, deje de ser una historia, para ser todas las historias.





[1]“(…) Una explicación de tu parte cerraría el círculo” Ausencia en gotas de crítica común. Emiliano Bustos, Libros de la talita dorada, City Bell, 2011

Las lecturas, nueva reseña. Requena, de Alejandro García Schnetzer



Requena
De Alejandro García Schnetzer
Entropía
70 páginas
Por Florencia D’Antonio

 Porque la literatura es nuestra 

Tengo en mis manos este libro pequeño, cuyo título misterioso y a la vez entrañable abre una historia de múltiples entradas.
Requena se llama. Requena es el nombre de quien se reúne los viernes con tres pibes en un bar de Palermo. Leo la contratapa y lo abro. Espero encontrarme rápido con la identidad de este sujeto con nombre tanguero porteño o tal vez no. Sin embargo, a medida que avanzo, me encuentro con algo más grande todavía. Identidad, sí, pero no como categoría, sino como ideología.
Esta distinción es fundamental porque permitiría abandonar ese concepto como etiqueta histórica, esterilizada, para reconfigurarlo desde una trayectoria propia e interviniente: donde se ejerza la voluntad de crear valores estéticos, no así morales, arraigados a una cultura pero, a la vez, con la posibilidad intrínseca de ser cuestionable, allí se habrá logrado la creación de un espacio. Un espacio donde se inviertan las jerarquías, donde la tangente se apodere del estatuto de aquellos valores. La trituración, la unión y la fuerza. La identidad que, cambiando junto a la historia de los pueblos, se afianza en la relectura de su propio crecimiento.
En este relato la construcción va más allá de las particularidades. En lugar de sujetos caracterizables de manera independiente, hay una sociedad común. Un contrato social que subvierte los límites de la cultura, volviendo al estado de naturaleza previo: es un relato que vuelve a nacer. Es que la literatura debe autoparirse desde los cimientos. La ideología, en un caso como este, es aquello que origina y orienta las cosas para que versifiquen solas su camino.
Por sobre los individuos que componen la novela, se encuentran reflexiones y expresiones sobre la veracidad de las cosas, movimientos metonímicos de la realidad. Es entonces que la identidad se construye en torno al lenguaje;  personaje principal y auténtico. La palabra sectoriza, socializa o dignifica. El contrato social es discursivo: puede hacer que la humanidad crezca bajo la tutela de la comunicación real, que ataña al contacto, la participación.
Detrás de lo-que-verdaderamente-ocurre hay una constelación de pensamientos profundos, un alojamiento para todas las cosas. Nada, absolutamente nada, queda afuera del universo paralelo creado aquí: el mundo que hay después del colegio, el mundo de los sabios, el de la no filiación a las edades ni a las instituciones. Lo escrito allí es metalenguaje, expresión, representación de lo dicho o lo hecho, toda la filosofía del viejo mundo que se metamorfosea, se mete en las tripas del siglo veintiuno y sale así, como una charla de bar.
Me pregunto qué ocurre con el libro, si es el objeto portador de la forma y el sentido o es parte constitutiva de esta historia. Lo escrito allí es una maquinaria que funciona abandonando los límites, porque procrea lo nuevo. El libro es la memoria que trabaja. Pero aquí reside la trampa: la memoria es la que trabaja; opera antes, durante y después de leerlo. El libro es el exterior del interior, la cabeza del lector; hacen fusión los espacios. Se trastoca el tiempo en el adentro: el artificio abre su paradigma hacia el afuera pero juguetea con la autonomía, con el hecho literario.
Qué oportuno entonces, volver a los conceptos que nuclean y permiten la trascendencia de este relato. Hablamos de ideología, lo que necesariamente requería tener un sustento en la identidad y viceversa. Hablamos de individuos ejerciendo su voluntad más militante, la de no abandonarse jamás a la derrota. Hablamos de una actividad previa, el instintivo impulso de hacer sobrevivir los pensamientos. Dejando el plano ficcional, en términos formales, hablamos del objeto-libro: fanzine metódico que permite la unión entre palabra y acción.
Pensamos en la creación de espacios, la posibilidad de lograr un encuentro entre la vorágine que promueven los discursos y aquellas aparentes fábricas de cultura que son las personas.
Requena de Alejandro García Schnetzer permite un momento de fuga en su lectura, pero al pensar y volver a este relato efectivamente realizado, se logra una conexión hermosa entre la identidad de estas palabras y la memoria que es nuestra, de la mirada de nuestro territorio. Un territorio donde no habría patria sin lenguaje. Y donde no hay lenguaje sin literatura.

lunes, 22 de octubre de 2012

Charla en la Biblioteca Nacional

Milena Caserola y Las lecturas auspician:

Sí, el espacio de nueva crítica llamado Las lecturas, realiza su segunda charla del año. Esta vez en la Biblioteca Nacional (Agüero 2502) y tiene como invitados a:

Carolina Ramallo
Laura Estrín
Rocco Carbone

El viernes 26 de octubre a las 19 hs. en la sala Juan Ele Ortiz, ellos van a estar debatiendo sobre lo siguiente: ¿Sirve la literatura? Concesiones, asperezas y negaciones en la Nueva Literatura Argentina.

Después te firman un autógrafo

Ojo, yo no me lo perdería.

Más info en: Las lecturas (Feisbuc)

GRAN CHARLA GRAN

Si cliquean en la imagen, se agranda. Son como las viejas, pocas pero se estiran.

Las lecturas, te revuelve el estofado



Berazachussets
Leandro Ávalos Blacha
Editorial Entropía
158 páginas
Por Agustín Montenegro

“Un fantasma ya recorría Berazachussets…”

I
Cuatro viudas negras encuentran a una zombie desnuda en las calles de Berazachusetts.

II
Intentando seguir la línea de algunos debates que me interesa que regresen a la literatura y a la crítica, quiero empezar esta nota diciendo que Berazachussets es uno de esos objetos geniales que confunden todo el tiempo su función: nunca se sabe si a la vanguardia de la obra va el placer del lector o si el procedimiento de representación es la fuerza de choque de la novela.
El problema-confusión anterior, que no debería tener respuesta única, empieza por la fuerza del procedimiento: la construcción de un espacio (digamos, el Conurbano Bonaerense y algunos rasgos porteños céntricos) en el que irrumpe Trash, una zombie gorda, desnuda, y en plena amnesia. A medida que avanza la narración, entendemos que sí, es un espacio ficcional, y sin embargo, con un modo referencial muy particular: su textura es transparente, casi alegórica, ya que podemos sentir, detrás de esa ficción, la realidad, casi como una de esas máscaras de efectos especiales que se amoldan de forma perfecta a los rostros de los actores. De un lado cubren toda la superficie, se adaptan a los orificios y marcas de la cara, mientras que del otro aparecen los rasgos que el actor mostrará ante la cámara. La máscara es única: no puede adaptarse a otros rostros.
Parece quizás una obviedad, pero en pensar la construcción del espacio de Berazachussets reside el valor de la obra de Blacha.

III
Blacha construye un mundo (que incluye moneda, mapas e historia), articulado con el mundo simbólico (cultural, político y estético) existente (“existen”: los ambientalistas, Lia Crucet, la vanguardia musical, la revolución política, el cine snuff, los hongos alucinógenos, las "viudas negras", el canibalismo). Esta maquinaria, que a primera vista puede parecer obsoleta u oxidada, se levanta y se pone en funcionamiento a tracción gore, que poco a poco se demuestra fuerza motriz de aquel mundo existente: se imbrica en los crímenes fantásticos que las clases altas perpetran para dispersarse, en el mundo cultural de la sociedad, en sus choques y tensiones, en la revolución como posibilidad, en la política, en el apocalipsis. Como si la casi-alegoría, por antigua o inerte, y la realidad, por olvidada, necesitaran de un electroshock refractario del siglo XXI para funcionar en el sistema literario actual, el mundo de Berazachusetts permite decir todo de la referencia, reírse y burlarse de todos y de uno mismo, del lector, de sus expectativas, y de toda mirada del mundo, sin por ello dejar de problematizarla.
Parecen ironías y parodias, pero son verdades transparentes que, sin embargo, no buscan el reflejo inmediato. No debe ser nada fácil encontrar, fabricar y hacer operar un procedimiento novelístico que permita decir todo sin caer en los lugares, denuncias y enunciados comunes. No es fácil, en el momento actual de la literatura, presentarse como un objeto literario moderno: procedimiento, juego y placer, realidad.  
IV
Influencias-referencias-tradiciones: Alberto Laiseca y César Aira, como pautas para empezar a entender una sombra que puede ser meramente nominal, liberadora, realista, delirante, útil o inútil, imaginativa, pero que no es, de ninguna manera, ni abrumadora ni absoluta ni determinante ni, mucho menos, deudora. (Esta pequeña hipótesis, y la que sigue, servirán para numerosos de los autores que escriben hoy en día).
Nota: se habla del “maestro” para referirse a Laiseca. Para pensarlo, yo lo pienso, constantemente: ¿qué implica referirse a alguien como maestro? ¿Qué implica decirse discípulo? ¿La literatura se acerca a una creación mágica o alquímica? ¿Es un hobby, una aventura, un trabajo? Puede plantearse de forma más abstracta, o incluso divertida: ¿es un polvo, un libro, un fusil, una prostituta, una secta? Rescato la posibilidad de que el autor posea una categoría para distinguir a un guía o a un referente, de una influencia literaria directa cuya marca textual siempre estará más allá de las intenciones del sujeto autor mismo. Pero ni los carpinteros ni los albañiles tienen maestros, ni se sienten discípulos, y aún así, crean, construyen: sus objetos son su trabajo, y sus obras son plausibles de tener una función estética.  
Funciones: la literatura es goce, entretenimiento, conflicto y realidad, problemática toda ella. Sólo necesita lectores confiados, valientes, exigentes: como si estuviesen utilizando el preciado tiempo de esta vida limitada para rasgar el velo de la realidad en una acción de locura, que no es nada menos que la acción de leer.
Opinión: ¿Hay alguna intención de que la literatura no sea un concilio secreto? De eso se trata el problematizar el término de “maestro”.  

V
Pensar en los zombies en la literatura puede pasar por mero gesto clase B de las generaciones que han crecido con las películas de Romero, sus epígonos, o con los videojuegos de Playstation. Creo que una definición de zombie da muchas herramientas para reflexionar un poco más su irrupción: pensar, entonces, en la figura del muerto viviente.
Si un lector distraído lee sobre una revolución de zombies en Buenos Aires, quizás la asimile a un montón de seres que devoran cerebros y que emiten sonidos guturales de distintos tipos. Otros, frecuentadores habituales del sub-género, pueden ser más escépticos ante la posible torpeza y/o desinteligencia de las masas zombies organizadas. Pueden temer, reír, gritar.
Pero, ¿qué pasa si pensamos en una revolución de muertos que vuelven a la vida, a alguna forma de vida que remita a la que alguna vez tuvieron? ¿Cómo nos interpela la representación de los hombres y mujeres, que han vivido en nuestras calles y barrios y casas, y que han sido muertos y asesinados en el pasado cercano, pisando las calles de Buenos Aires, digo, Berazachussets?
Blacha no construye un espacio tal en vano, ni es un amontonador de zombies que buscan cerebros. No quiere entretenernos con sangre y vísceras y grandes personajes que remiten a aquello en la realidad que puede provocarnos risa o llanto. Ante la posibilidad de explotar su material de divertimento, Blacha elige revivir a los muertos que tienen pasado, que tienen deseo, que no olvidan, que no perdonan, para hacerlos entrar al presente, para responderle en un arrebato de violencia, contenida por la muerte misma.  
 
VI
Berazachussets es pura certeza, es un bloque de certezas narrativas de hoy. Me dice que se puede narrar con cuidado, trabajo, paciencia, virtud, y construir personajes y espacios, cruzarlos, como si jamás se hubiese puesto en duda la importancia de la realidad que rodea y entrelaza cualquier texto. Me dice que una literatura del goce puede ser un golpe certero cuando sabe que esa realidad siempre existió, y que siempre existirá. Que puede interpelar otras culturas, puede tomar de ellas préstamos, y adaptarlos, volverlos funcionales y activos en un contexto que les era ajeno.
A la vez, me dice que la memoria colectiva y cultural no olvida que al zombie de Berazachussets no le han asesinado el pasado. ¿Qué harían los muertos vivientes en todos los espacios si no caminaran con las manos colgando hacia adelante, si sus capacidades organizativas estuviesen intactas, si fuesen capaces de entablar relaciones tan humanas como las que entablaron cuando vivían? ¿Qué certezas me da y que preguntas genera una obra en clave humorística y fantástico-alegórica como la de Blacha? ¿Qué lecturas pueden realizarse, a través de su prisma, de la realidad que nos penetra?
Qué harían los muertos vivientes si pisaran nuestras veredas.