Pasen y lean
Los fantasmas siempre tienen hambre
José María Marcos
Editorial Muerde Muertos. 2010
Colección Muertos
120 pág.
Por Nicolás Correa
Parricidio
Supongamos que
descubrimos que dentro de nosotros habita una entidad que espía el mundo que
nos rodea a través de nuestros ojos. Ahora, supongamos que esa relación
parasitaria a la que somos sometidos, en un momento, nos permite volvernos
parásitos y dejar nuestro lugar de huéspedes.
Suposiciones
He aquí el gran dilema
de la literatura Argentina: ¿matar o no matar a los padres? Pregunta un poco
pasada de moda, sí. Pregunta retóricamente anacrónica, también. José María
Marcos escribió uno de los mejores cuentos de los últimos cinco años, es cierto.
Hablo de “Ceguera”, un artificio que nos ubica de lleno en el problema de las
patriarcales genealogías literarias.
Es el artificio, el
artificio mismo que José María Marcos reformula. Eso es lo interesante, me dice
una vocecita. Exacto. El artificio comienza con una cita del ya difunto
corporalmente Jota Ele Borges: No habrá
nunca una puerta. Estás adentro.
José María Marcos se
come a Borges. Se lo fagocita. Entero. Desarrolla un mecanismo de defensa que
termina invirtiendo los términos y en lugar de volverse un discurso
reproductivo de esa herencia patriarcal, produce un nuevo sentido. Lo produce.
Es más, juega a
revelarnos el artificio, su placer, el placer de su escritura. Le pone a su
invención el nombre de Ernesto. El
escritor tiende las redes. Rizomáticamente se despliegan y evocan rencillas de
un mundo que dividió las aguas: el ciego o el ciego. Nuestro escritor, en su
proceso de digestión aclara: “... ponerle
ese nombre fue puro azar...” La aclaración equivale a un movimiento pendular
(sí, también pienso en Poe): cuando el péndulo se inclina hacia la izquierda,
toca lo estrictamente narrativo, la ficción en su sentido pleno, al otro lado,
el artificio, el invento sagrado. Mientras tanto José María Marcos digiere años
de literatura Argentina.
La tradición aparece en
todos lados, la tradición y el patriarcado, en cada cuento hay un núcleo duro,
“Y nadie puede cambiar esa historia, ese/
núcleo, nadie que crea en ese núcleo puede/ cambiar ese núcleo…”[1]:
la familia. Es
decir, el legado, la
herencia. En cada cuento se altera el núcleo.
Imagino a José María
Marcos recluido detrás de un ventanal, escribiendo sin dejar de mirar lo que
pasa en la calle, en los otros libros, sin dejar de ver los fantasmas,
digiriendo de manera constante cada una de las hojas que nos legaron.
Y es como el escritor
nos dice: “Cumplí mi destino, y nada más.
Les quité la vida a muchas personas, y sus fantasmas no vinieron a acosarme,
tal vez, porque si uno no cree en ellos, ellos no pueden creer en uno”.
El proceso de digestión
ha terminado.
Fundamental para nuestra
literatura: “Ceguera”.
[1] Extraido del poema de
Emiliano Bustos “ERP”, gotas de crítica
común, Libros de la talita dorada, City Bell, 2011. Vale aclarar que Bustos
hace referencia, en alguna línea de lectura, a la herencia política.
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