2022: la guerra del gallo
De Juan Guinot
Talentura. 2012
204 páginas
Por Agustín Montenegro
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Literatura, utilidad e identidad
Creo en la utilidad de la
literatura. Sin intención de polemizar en este punto, puede ser tanto al
interior de la literatura misma, como hacia el mundo, en su relación con otras
series, en este caso, la de la historia, la del cine, la de la política (si
somos ingenuos, claro, y pensamos, por un segundo, que estas series pueden
siquiera considerarse por separado). Más
bien, siendo la literatura un grupo de objetos terriblemente elitista y
equívoco, prefiero decir, ahora: toda escritura, con función de ficción
literaria, es útil para conocer el
mundo, y por ende, la misma literatura.
Me pregunto, primero, si 2022 es útil para pensar y problematizar
el tema de la guerra de Malvinas, más actual que nunca tras el reclamo por la
soberanía que ha hecho este 2012 el Estado argentino. Pero me retraigo: los
discursos y las perspectivas en torno a una tierra invadida no se presentan ni
se ponen en crisis, sino que todo apunta a esa construcción ficticia de la
guerra que perpetúa Masi a lo largo de su vida, y que sólo es funcional a la
narración para proyectarlo en su aventura.
Me pregunto si sirve para
observar el problema del "loco de la guerra", en la versión
"ex-no combatiente" de Masi, joven guerrero adoctrinado en una
disciplina militar rigurosa y autoimpuesta, potenciado por la derrota argentina
del '82. Pero la presencia de elementos fantásticos y mágicos (muertes
abruptas, maleficios familiares, transmutaciones animales) nos alejan de la
posibilidad de una narrativa realista.
¿Puede ser, entonces, que
estemos ante una novela que se acerque a lo que se llamó "realismo mágico"?
Hay una intención de atribuir rasgos mágicos a aquellas muertes enigmáticas y
pájaros de buen y mal agüero, pero lejos está de incluirse en aquel movimiento,
estilo o estética (según la preferencia de cada uno) que actualizaba realidades
mágicas en las ficciones del presente, pasado y futuro latinoamericanos.
Pienso, entonces, en el género
de la ciencia ficción, y en la segunda parte de la novela, la más extensa, en la cual Masi se dirige a liberar
el Peñón de Gibraltar, aunque más allá del futurismo tecnológico, las
condiciones en las cuales dicho futuro deviene, y qué ser humano es sujeto de
dicho futuro, no están presentes.
Primera hipótesis: para
entender la obra de Guinot no hay que buscar su inscripción en un género o
movimiento, ya que, en principio, escapa a las constantes que, exaltadas o
quebradas, identifican a una obra en relación a otras obras, épocas, estilos.
Busco entonces: razones,
filiaciones. El prólogo de Carlos Salem menciona Rambo, veo numerosas menciones a las películas de acción, a los Sábados de Súper Acción de la televisión
argentina, a La guerra de las Galaxias,
pienso en el discurso televisivo, quizás en Manuel Puig. Busco la problemática
por el lado de la influencia de los medios masivos de comunicación en los
sujetos y su relación con la posibilidad de un discurso nacional o nacionalista...
pero Masi no posee instancias de reflexión, es un autómata con una misión
determinada. Digo: "¡claro!" un personaje sin fisuras, compuesto
únicamente por sus características, contra los "piratas" británicos,
me hacen pensar que estoy ante una novela de aventuras futurista, de la rama
más folletinesca de Salgari o Dumas... pero la "trama", lo
privilegiado en el género, se diluye en búsquedas que se superponen y se
intercambian, las islas Malvinas son reemplazadas en la mente de Masi por el
Peñón de Gibraltar, y la narración jamás se detiene en los espacios que ella
misma construye.
Entonces, ¿qué es 2022? ¿Dónde construye su identidad, si
su filiación es imposible? Segunda hipótesis: 2022, según lo establecen varias
columnas en blogs y páginas culturales, 2022:
La guerra del gallo es una novela completamente
original.
Como parte de la línea que
viene siguiendo esta columna, me pregunto si es posible escribir narrativa
argentina sin inscribirse, de forma conciente o inconciente, en la tradición. Correa
habló, en la reseña inaugural de Las
lecturas, sobre la posibilidad de fagocitar y devorar a los grandes
nombres. Quizás en otras palabras, hacer lo que, según Borges, Kafka hizo con
sus precursores: volverlos kafkianos. Para lograr eso, para ser realmente una narrativa
original, que devore a la vieja y dé a luz la del futuro, la literatura debe
pensar su identidad, su pasado, su filiación: refugiarse, con una literatura
calculada, en el ala gigantesca de pajarraco institucional que ofrece la
tradición, o incendiarla, bajarla de un flechazo, certero y mortal.
La originalidad no está en
irse al mazo y barajar de vuelta. Eso es abrirse del juego de la literatura, y
reconocer, en un gesto ya ególatra, ya cobarde, que uno no está dispuesto a
jugar en esas condiciones, cuando la verdadera victoria está en aceptar, con
aplomo, que las condiciones las impone el mundo, y en ganarle por primera vez,
con sus propias reglas: la originalidad es el arte de hacer por primera vez, muchas veces por primera vez, lo que
otros ya hicieron, de forma cada vez más distinta, multiplicando, como dijo Leónidas
Lamborghini, la diferencia, hasta
quebrar por completo lo previo, disolverlo en lo propio.
Si 2022 es una novela original, como dicen varios críticos, es porque ha
nacido huérfana y aislada: como si fuera un niño abandonado en una isla
desierta, forzado a descubrir el fuego e inventar la rueda, mientras en la isla
vecina, los otros chicos han construido mil bicicletas, y han incendiado mil
rascacielos.
Ahí, pienso, está el
problema que me presenta 2022:
primero, que su virtud se encuentra en su contenido informe y que, al mismo
tiempo, al no tener forma determinada (ni género ni filiación, sino pura intención-de) me muestra que no se
piensa a sí misma, ni piensa a la literatura.
Cada cuento, novela o
poesía (con sus deseos, anhelos, historias y muertes) es un prisma que me
muestra el mundo, mil veces proyectado, en los otros miles de prismas que
constituyen lo que llamamos literatura. Dentro de ese mundo proyectado, se
encuentra, por supuesto, el de la literatura misma. Si vemos la novela de
Guinot como aquel prisma, la conclusión, luego de observar mundos y literaturas
a través de su óptica, es que incluso más allá del gusto, cualquier obra puede
ser, cuanto menos, útil. Por ejemplo,
para entender que una obra a veces puede limitarse a existir, como un objeto en
el mundo, que a su vez hace posible que existan otros objetos más o menos
similares, es decir, los libros, las ficciones: la literatura en su acepción
menos compleja. Entonces, primera conclusión, 2022 se afirma como objeto, pero no pone nada en juego: ni al
lector, ni su tema, ni su propio cuerpo, y es por eso que no puede decir de sí
misma más que su propia narración.
Me es útil, también, para
comprender que esa narración, con la intención de estar estructurada, en
principio, en torno a un tema (en este caso, la guerra de Malvinas), ubica al
objeto como parte de la discusión, sin importar si no tiene nada para decir, o
si aburre lo que dice, o incluso, si lo dice mal. Se presentan, entonces, dos paradojas.
La del lector crítico, que establece que hay que leer todo incluso a pesar de
todo. La de la literatura, que muestra que no importa si la obra es buena, o
mala, si gusta, o si aburre: en un determinado momento presente, si se
constituye como objeto, forma parte de la constelación de discursos literarios
que la circundan.
Entonces, sí, 2022 puede considerarse una obra
completamente original (sin que esto, como hemos visto, sea positivo), y útil
para cierta lectura. Pero el problema reside, justamente, en que si buscamos la
originalidad en la forma de 2022,
encontraremos que dicha forma no existe: 2022
es puro contenido. Si pensamos en buscar su originalidad en la relación con la
tradición argentina, veremos que nadie puede identificar a sus padres, ni a la
salida del colegio, ni a la entrada a la morgue.
Alabar literatura sin
identidad es alabar el nacimiento de niños ignotos sin posibilidad de
constituirse como sujetos, decididos, como Masi, a ir derecho y sin pensar
hasta un objetivo sin razón de ser. Postular una posible utilidad de cierta
literatura puede servir como operación crítica que nos dispense de la condena o
la adoración, tan cara al oficio de la crítica literaria. A su vez, y
primordialmente, sería un acto irresponsable e hipócrita motivar discursos que
esterilizan la lucha que la literatura debe, necesariamente, retomar. Esto nos
hace volver, y recordar, la primera paradoja: la noción de que el verdadero
lector crítico debe leer todo, a todos, y de forma profunda. Segunda conclusión
final: 2022 me es útil para saber que
la literatura, sin identidad, no existe.
En el orden de la ciencia ficción que tampoco fue, 2022 me provoca una visión futurista, no muy aleccionadora: si la
literatura no se piensa a sí misma, ni a su pasado, va a desaparecer. Sólo van
a quedar escrituras aisladas, eternas, referenciales: cosas del mundo cuyas
virtudes no deberían envidiar una buena remera estampada, ni un distópico cine
en continuado, donde las películas sean puro contenido, infinito, e inútil.
Primero que todo los felicito por esta iniciativa, creo que es muy necesaria una lectura crítica de lo que se está escribiendo (y leyendo) en este momento en Argentina. Más allá de esto, me gustaría hacer algunos comentarios personales respecto a la crítica a la novela de Guinot. Dejando de lado la opinión que yo mismo pueda tener sobre el libro, hay al menos dos conceptos que me parece valioso discutir: filiación y utilidad. Después de analizar los múltiples géneros y estilos literarios de los que pueden encontrarse rastros en 2022, Agustín Montenegro concluye que la obra de Guinot es un libro aislado, que virtualmente ha nacido sin padres. Afirma además que su originalidad es un defecto, ya que aparentemente se resiste a discutir o conectarse con la literatura que la precede. Esto es, en mi opinión, sencillamente imposible. Suponer que una obra puede ser puro contenido que no remite a producciones previas es discutir la propia existencia de la obra, no podríamos ni siquiera llamar “novela” a un producto de esa naturaleza. Dudo que un discurso de ese estilo pueda incluso existir, es imposible pensar en una literatura aislada, que surja únicamente de la mente de un creador que la da a luz por una suerte de generación espontánea, sin dialogar de ningún modo con lo que lo rodea. Me pregunto también por qué el hecho de que una obra no se inserte explícitamente en una tradición literaria debe ser entendido como un defecto. El valor de un texto literario no debería estar determinado por la posibilidad de encasillarlo dentro de parámetros que, llegado el caso, no nos dicen demasiado sobre las virtudes intrínsecas de la obra, más allá de darnos un marco para su interpretación. Sin dudas, el libro de Guinot es difícil de encuadrar. Uno se pregunta, al leerlo, si lo que está leyendo es una novela realista, fantástica o de ciencia ficción. Pero, ¿esto es una deficiencia del texto? ¿O debe entenderse como un condicionamiento de los lectores, ávidos por tratar de asir lo que leenmos dentro de una estructura que nos resulte conocida? ¿No implica un diálogo, de hecho, el acto de retomar distintos géneros y estilos literarios e insertarlos en una misma narración, aun a riesgo de no respetar las pautas de ninguno de ellos? Como nota al pie, en mi opinión la mixtura literaria que intenta Guinot tiene una cercana relación con algunos textos de su maestro Alberto Laiseca. Quizás por ahí deberíamos empezar a buscar a los padres más obvios de La Guerra del Gallo, aunque creo que también deberíamos preguntarnos sobre el valor real que tiene esa búsqueda. El tema de la utilidad también me parece neurálgico. Por supuesto, la literatura es útil. Más allá de eso, deberíamos discutir cuál es esa utilidad, y si podemos hablar de una sola forma de abordarla. En el análisis de Montenegro la utilidad de una obra parece estar dada casi exclusivamente por su capacidad para dialogar con la tradición que la precede. El problema es que es imposible reconstruir ese diálogo en su totalidad, ya que está determinado por innumerables variables, desde la subjetividad y los saberes del lector hasta el contexto político, social y literario en el que se lee la obra. Suponer que un texto literario es útil, además, sólo en tanto establece relaciones con las obras que lo preceden, sólo sirve a los fines de un análisis que no sale del ambiente restringido de la literatura. Un libro puede ser útil simplemente porque sirve para entretenerse mientras volvemos a nuestra casa en colectivo, y no estamos hablando en este caso de calidad, si no justamente de utilidad. Afirmar que una obra literaria es puro contenido inútil, sólo porque no marca rupturas o continuidades claras con una tradición literaria, es en mi opinión una lectura sumamente subjetiva y desmesurada. La literatura no va a desaparecer mientras haya escritores que sigan escribiendo, porque la única forma de hacerlo es reflexionando sobre la propia tarea de la escritura, sobre el mundo que nos rodea y sobre todo lo que leímos y seguimos leyendo.
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