Berazachussets
Leandro Ávalos Blacha
Editorial Entropía
158 páginas
Por Agustín Montenegro
“Un fantasma ya recorría Berazachussets…”

I
Cuatro viudas negras encuentran a una zombie desnuda en las calles de
Berazachusetts.
II
Intentando seguir la línea de algunos debates que me interesa que
regresen a la literatura y a la crítica, quiero empezar esta nota diciendo que Berazachussets es uno de esos objetos
geniales que confunden todo el tiempo su función: nunca se sabe si a la
vanguardia de la obra va el placer del lector o si el procedimiento de
representación es la fuerza de choque de la novela.
El problema-confusión anterior, que no debería tener respuesta única,
empieza por la fuerza del procedimiento: la construcción de un espacio
(digamos, el Conurbano Bonaerense y algunos rasgos porteños céntricos) en el
que irrumpe Trash, una zombie gorda, desnuda, y en plena amnesia. A medida que
avanza la narración, entendemos que sí, es un espacio ficcional, y sin embargo,
con un modo referencial muy particular: su textura es transparente, casi
alegórica, ya que podemos sentir, detrás de esa ficción, la realidad, casi como
una de esas máscaras de efectos especiales que se amoldan de forma perfecta a
los rostros de los actores. De un lado cubren toda la superficie, se adaptan a
los orificios y marcas de la cara, mientras que del otro aparecen los rasgos
que el actor mostrará ante la
cámara. La máscara es única: no puede adaptarse a otros
rostros.
Parece quizás una obviedad, pero en pensar la construcción del espacio de
Berazachussets reside el valor de la
obra de Blacha.
III
Blacha construye un mundo (que incluye moneda, mapas e historia), articulado
con el mundo simbólico (cultural, político y estético) existente (“existen”:
los ambientalistas, Lia Crucet, la vanguardia musical, la revolución política,
el cine snuff, los hongos
alucinógenos, las "viudas negras", el canibalismo). Esta maquinaria,
que a primera vista puede parecer obsoleta u oxidada, se levanta y se pone en
funcionamiento a tracción gore, que
poco a poco se demuestra fuerza motriz de aquel mundo existente: se imbrica en
los crímenes fantásticos que las clases altas perpetran para dispersarse, en el
mundo cultural de la sociedad, en sus choques y tensiones, en la revolución
como posibilidad, en la política, en el apocalipsis. Como si la casi-alegoría,
por antigua o inerte, y la realidad, por olvidada, necesitaran de un
electroshock refractario del siglo XXI para funcionar en el sistema literario
actual, el mundo de Berazachusetts permite
decir todo de la referencia, reírse y burlarse de todos y de uno mismo, del
lector, de sus expectativas, y de toda mirada del mundo, sin por ello dejar de
problematizarla.
Parecen ironías y parodias, pero son verdades transparentes que, sin
embargo, no buscan el reflejo inmediato. No debe ser nada fácil encontrar,
fabricar y hacer operar un procedimiento novelístico que permita decir todo sin
caer en los lugares, denuncias y enunciados comunes. No es fácil, en el momento
actual de la literatura, presentarse como un objeto literario moderno:
procedimiento, juego y placer, realidad.
IV
Influencias-referencias-tradiciones: Alberto Laiseca y César Aira, como
pautas para empezar a entender una sombra que puede ser meramente nominal,
liberadora, realista, delirante, útil o inútil, imaginativa, pero que no es, de
ninguna manera, ni abrumadora ni absoluta ni determinante ni, mucho menos,
deudora. (Esta pequeña hipótesis, y la que sigue, servirán para numerosos de
los autores que escriben hoy en día).
Nota: se habla del “maestro” para referirse a Laiseca. Para pensarlo, yo
lo pienso, constantemente: ¿qué implica referirse a alguien como maestro? ¿Qué
implica decirse discípulo? ¿La literatura se acerca a una creación mágica o
alquímica? ¿Es un hobby, una aventura, un trabajo? Puede plantearse de forma
más abstracta, o incluso divertida: ¿es un polvo, un libro, un fusil, una
prostituta, una secta? Rescato la posibilidad de que el autor posea una
categoría para distinguir a un guía o a un referente, de una influencia
literaria directa cuya marca textual siempre estará más allá de las intenciones
del sujeto autor mismo. Pero ni los carpinteros ni los albañiles tienen
maestros, ni se sienten discípulos, y aún así, crean, construyen: sus objetos
son su trabajo, y sus obras son plausibles de tener una función estética.
Funciones: la literatura es goce, entretenimiento, conflicto y realidad,
problemática toda ella. Sólo necesita lectores confiados, valientes, exigentes:
como si estuviesen utilizando el preciado tiempo de esta vida limitada para
rasgar el velo de la realidad en una acción de locura, que no es nada menos que
la acción de leer.
Opinión: ¿Hay alguna intención de que la literatura no sea un concilio
secreto? De eso se trata el problematizar el término de “maestro”.
V
Pensar en los zombies en la literatura puede pasar por mero gesto clase B
de las generaciones que han crecido con las películas de Romero, sus epígonos,
o con los videojuegos de Playstation. Creo que una definición de zombie da
muchas herramientas para reflexionar un poco más su irrupción: pensar,
entonces, en la figura del muerto viviente.
Si un lector distraído lee sobre una revolución de zombies en Buenos
Aires, quizás la asimile a un montón de seres que devoran cerebros y que emiten
sonidos guturales de distintos tipos. Otros, frecuentadores habituales del sub-género,
pueden ser más escépticos ante la posible torpeza y/o desinteligencia de las
masas zombies organizadas. Pueden temer, reír, gritar.
Pero, ¿qué pasa si pensamos en una revolución de muertos que vuelven a la
vida, a alguna forma de vida que remita a la que alguna vez tuvieron? ¿Cómo nos
interpela la representación de los hombres y mujeres, que han vivido en
nuestras calles y barrios y casas, y que han sido muertos y asesinados en el
pasado cercano, pisando las calles de Buenos Aires, digo, Berazachussets?
Blacha no construye un espacio tal en vano, ni es un amontonador de
zombies que buscan cerebros. No quiere entretenernos con sangre y vísceras y
grandes personajes que remiten a aquello en la realidad que puede provocarnos
risa o llanto. Ante la posibilidad de explotar su material de divertimento,
Blacha elige revivir a los muertos que tienen pasado, que tienen deseo, que no
olvidan, que no perdonan, para hacerlos entrar al presente, para responderle en
un arrebato de violencia, contenida por la muerte misma.
VI
Berazachussets es pura certeza,
es un bloque de certezas narrativas de hoy. Me dice que se puede narrar con
cuidado, trabajo, paciencia, virtud, y construir personajes y espacios, cruzarlos,
como si jamás se hubiese puesto en duda la importancia de la realidad que rodea
y entrelaza cualquier texto. Me dice que una literatura del goce puede ser un
golpe certero cuando sabe que esa realidad siempre existió, y que siempre
existirá. Que puede interpelar otras culturas, puede tomar de ellas préstamos,
y adaptarlos, volverlos funcionales y activos en un contexto que les era ajeno.
A la vez, me dice que la memoria colectiva y cultural no olvida que al
zombie de Berazachussets no le han asesinado el pasado. ¿Qué harían los muertos
vivientes en todos los espacios si no caminaran con las manos colgando hacia
adelante, si sus capacidades organizativas estuviesen intactas, si fuesen
capaces de entablar relaciones tan humanas como las que entablaron cuando
vivían? ¿Qué certezas me da y que preguntas genera una obra en clave
humorística y fantástico-alegórica como la de Blacha? ¿Qué lecturas pueden realizarse, a
través de su prisma, de la realidad que nos penetra?
Qué harían los muertos vivientes si pisaran nuestras veredas.