Árboles de tronco rojo
Marcelo Guerrieri
Editorial Muerde Muertos, 2012
Colección Muerde Muertos
110 Pág.
Nicolás Correa
Asistir al momento del ritual,
asistir al origen de la literatura.
Lezama Lima afirma que la narrativa
Latinoamericana significa para nosotros algo que no es narrativa ni es
latinoamericana, sino el relato supraverbo de lo entrevisto, del intesticio, la
fiesta del nacimiento de nuevos sentidos.
Siguiendo este pensamiento, destaco que llama a la narrativa Latinoamericana:
la fiesta del nacimiento de nuevos
sentidos, y lo hace pensando en la invención de categorías que nos han
definido e indicado qué y cómo leer: la coartada de la conquista. No somos ni
narrativa ni latinoamericanos. Inteligente se desmarca: somos contradictorios,
y en esa contradicción la posibilidad de producir nuevos sentidos[1] y
principalmente, propios sentidos.
No hay tantas posiciones seguras.
Ante la coartada, abruptamente sintetizo quinientos años de aberraciones,
la literatura ritual: romper con la hegemonía de las categorías inmóviles. Ante
la frialdad del hemisferio norte, el calor del fuego y la iniciación.
Ritual y antropofagia.
La literatura posibilita entradas a la realidad, no se trata de
“representar” una realidad. Apuesta mayor: Modos
de asedio[2], nuevos sentidos,
la forma de relacionarse con la realidad.
Los nuevos sentidos: “Nos hacen percibir un mundo extrañado. Lo que no es
tan simple es comprender que la escritura es un ritual. La aparición del
instante poético, en verso o en prosa, es equivalente a una revelación, a “una
porción de eternidad”. Escribir es, para algunos escritores, provocar esa
revelación” [3]Y después el libro como
hecho social ritual, el ritual comunitario.
Nos educan con la noción de que la escritura es útil para dar cuenta de
una realidad. Literatura utilitaria para contar hechos con cierta veracidad.
Fuerza opositiva: escritura ritual, no como un ejercicio de escribano,
diría Barthes, reduciendo la literatura
a un mero gesto notarial (la medicina propia siempre es la mejor). El ritual
supone una superación del notariado. Escritor como hechicero, y el libro como
el fuego comunitario, allí la utilidad en grado sumo: el gesto en las
circulaciones mínimas e íntimas. Después la ingestión, el sacrificio.
Todo es un bien consumible.
Entonces
el ritual como imagen. El escritor no como un agente de denuncia o como
un espejo de la realidad, sino como una suerte de hechicero que comparte su
magia en comunidad. Asistir al ritual de las pasiones humanas, y contradictorias,
por cierto.
Árboles de tronco rojo: la
imagen sagrada, el fuego quema y consume, da calor y ocasiona pérdida. La
pérdida: el escritor es capaz de entrar al drama humano por medio de los
rituales. No es necesario que el núcleo del conflicto sea revelado, sino más
bien permitir un modo de asedio a esa realidad, un nuevo sentido.
El hechicero escucha el pedido. La organicidad del llamado de los
personajes, incluso es capaz de leer la médula ósea del personaje. El personaje
tiene la posibilidad de latir por sí mismo.
Ofrenda al lector: el personaje y su organicidad. El modo de asedio no
permite ciertas concesiones al receptor, Árboles
de tronco rojo ofrece: posicionarse, no
quedan huecos laxos: hay tarea para todos[4].
Y el sacrificio de lo cotidiano. Allí la potencia de escuchar lo orgánico
del personaje y no dejar ninguna marca de autor. Guerrieri hechicero borra su
marca. Es padre, pero no deja huellas. Es capaz de dar vida y no reclamar
potestad. Ahí la mayor trascendencia de la herencia. Arroja la tradición al fuego
sagrado.
La imagen: el fuego consume toda tradición.
El ritual es un momento de suspensión del tiempo. Así el relato queda
flotando, el lector espectador de la imagen ritual: “Dano no ve nada”, modo de
asedio y suspensión del relato, la espera, el detalle de la sorpresa.
La preponderancia de lo pequeño.
El fuego es caníbal, como la escritura, fagocita la tradición. Lo
extraordinario de la narración de Guerrieri es el lenguaje ritual. Nuevo
sentido. La suspensión como forma de mostración.
Aparecen las circulaciones mínimas e íntimas de la narración, lo pequeño,
el movimiento casi imperceptible del personaje: pequeños centros de
narratividad que se potencian hasta quebrar el hilo de lo cotidiano. Allí lo
extraño, nuevo sentido y asedio.
Guerrieri reinventa el mundo conocido, el mundo posible lo vuelve
imposible.
Produce sentidos, como en “La inundación”. No se trata de reproducir un
evento, sino escuchar el augurio. Produce nuestros más profundos mundos
posibles, asistimos a un ritual de sacrificio en la intimidad del mundo
conocido.
[1] Cornejo Polar, Antonio,
1983. “Literatura peruana: totalidad contradictoria”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, IX, 18, p.p 37-50.
[2] Ojeda, Ana. Modos de asedio, El 8vo Loco, Buenos
Aires, 2007.
[3] Extraído de algún lugar de
la red.
[4] D´Antonio, Florencia. “¿El
peso o la levedad?”, para Las lecturas, vía Culturamas, Buenos Aires, 2012.
www.culturamas.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario