Requena
De Alejandro García Schnetzer
Entropía
70 páginas
Por Florencia D’Antonio
Porque la literatura es nuestra
Tengo en mis
manos este libro pequeño, cuyo título misterioso y a la vez entrañable abre una
historia de múltiples entradas.
Requena
se llama. Requena es el nombre de quien se reúne los viernes con tres pibes en
un bar de Palermo. Leo la contratapa y lo abro. Espero encontrarme rápido con
la identidad de este sujeto con nombre tanguero porteño o tal vez no. Sin
embargo, a medida que avanzo, me encuentro con algo más grande todavía.
Identidad, sí, pero no como categoría, sino como ideología.
Esta
distinción es fundamental porque permitiría abandonar ese concepto como
etiqueta histórica, esterilizada, para reconfigurarlo desde una trayectoria propia
e interviniente: donde se ejerza la voluntad de crear valores estéticos, no así
morales, arraigados a una cultura pero, a la vez, con la posibilidad intrínseca
de ser cuestionable, allí se habrá logrado la creación de un espacio. Un
espacio donde se inviertan las jerarquías, donde la tangente se apodere del
estatuto de aquellos valores. La trituración, la unión y la fuerza. La
identidad que, cambiando junto a la historia de los pueblos, se afianza en la
relectura de su propio crecimiento.
En este relato
la construcción va más allá de las particularidades. En lugar de sujetos
caracterizables de manera independiente, hay una sociedad común. Un contrato
social que subvierte los límites de la cultura, volviendo al estado de
naturaleza previo: es un relato que vuelve a nacer. Es que la literatura debe
autoparirse desde los cimientos. La ideología, en un caso como este, es aquello
que origina y orienta las cosas para que versifiquen solas su camino.
Por sobre los
individuos que componen la novela, se encuentran reflexiones y expresiones
sobre la veracidad de las cosas, movimientos metonímicos de la realidad. Es
entonces que la identidad se construye en torno al lenguaje; personaje
principal y auténtico. La palabra sectoriza, socializa o dignifica. El contrato
social es discursivo: puede hacer que la humanidad crezca bajo la tutela de la
comunicación real, que ataña al contacto, la participación.
Detrás de
lo-que-verdaderamente-ocurre hay una constelación de pensamientos profundos, un
alojamiento para todas las cosas. Nada, absolutamente nada, queda afuera del
universo paralelo creado aquí: el mundo que hay después del colegio, el mundo
de los sabios, el de la no filiación a las edades ni a las instituciones. Lo
escrito allí es metalenguaje, expresión, representación de lo dicho o lo hecho,
toda la filosofía del viejo mundo que se metamorfosea, se mete en las tripas
del siglo veintiuno y sale así, como una charla de bar.
Me pregunto
qué ocurre con el libro, si es el objeto portador de la forma y el sentido o es
parte constitutiva de esta historia. Lo escrito allí es una maquinaria que
funciona abandonando los límites, porque procrea lo nuevo. El libro es la
memoria que trabaja. Pero aquí reside la trampa: la memoria es la que trabaja;
opera antes, durante y después de leerlo. El libro es el exterior del interior,
la cabeza del lector; hacen fusión los espacios. Se trastoca el tiempo en el
adentro: el artificio abre su paradigma hacia el afuera pero juguetea con la
autonomía, con el hecho literario.
Qué oportuno
entonces, volver a los conceptos que nuclean y permiten la trascendencia de
este relato. Hablamos de ideología, lo que necesariamente requería tener un
sustento en la identidad y viceversa. Hablamos de individuos ejerciendo su
voluntad más militante, la de no abandonarse jamás a la derrota. Hablamos de
una actividad previa, el instintivo impulso de hacer sobrevivir los
pensamientos. Dejando el plano ficcional, en términos formales, hablamos del
objeto-libro: fanzine metódico que permite la unión entre palabra y acción.
Pensamos en
la creación de espacios, la posibilidad de lograr un encuentro entre la
vorágine que promueven los discursos y aquellas aparentes fábricas de cultura
que son las personas.
Requena
de Alejandro García Schnetzer permite un momento de fuga en su lectura, pero al
pensar y volver a este relato efectivamente realizado, se logra una conexión
hermosa entre la identidad de estas palabras y la memoria que es nuestra, de la
mirada de nuestro territorio. Un territorio donde no habría patria sin
lenguaje. Y donde no hay lenguaje sin literatura.

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