miércoles, 28 de noviembre de 2012

Laura Estrín es Laura Estrín es Laura Estrín



Texto cedido por nuestra invitada a la charla del 26/10, Laura Estrín, en la Biblioteca Nacional, sobre la utilidad de la literatura.

Y voy a dar nombres
Laura Estrín

Me pregunto si se trata de definir qué es la literatura y qué literatura argentina da vueltas ahora. Y desde dónde puede preguntárselo.
La literatura es un mercado o una librería -dice Libertella- y es una batalla y una definición dentro de la política de los que la hacemos. Dicen que el poder es poder seguir hablando o, lo que es lo mismo, hacerse uno mismo las preguntas. Y las preguntas son puertas subjetivas, existenciales cuando son verdaderas porque siempre en lo que digo se juega lo que soy y lo que quiero hacer.

Si se trata de literatura tal vez sería cuestión de decir, ´esto es lindo y esto feo´ o, mejor, ´esto es bueno y esto es malo´. La literatura es una ética que trasciende a todas las demás, creo que de eso se trata el arte: lo que pueden hacer sólo algunos aunque todos escriban.

No quiero discutir por palabras que llenamos de diversos modos porque no es posible aclararlas todas. Pero me gustan algunas variantes del realismo y de lo biográfico, entendiendo por esto un modo de transponer lo que a nos entra por los ojos o por las orejas. Néstor Sánchez escribe que el escritor que inventa es porque no puede estetizar su propia vida. Así Zelarayan registró lo que impresionaba sus sentidos dentro de la geografía que le copó la obra: la provincia.

Tampoco creo que hay que tener miedo de hablar de sentido después de un siglo y medio de imperio de la forma. Quiero enormes y simultáneos sentidos vivos en perfectas formas. La literatura es lo que da sentido. Por eso les contaré un grave problema que siento hoy:
Tengo dos amigos, escriben genialmente bien, hermanos mellizos mancomunados –como dice Tsvietáieva-, uno disloca en frases líricas una historia que así se le interrumpe, el otro hilvana una narración elocuente pero la palabra, el registro, está tan bien conseguido que el relato se entrecorta demasiado y termino sin entender qué dice, qué cuenta y, lo peor, empiezo a preguntarme “¡¿para qué sirve!?”

Como ven me gusta que la literatura diga algo, haga algo, marque algo, que muestre ese vacío potentísimo, el más grande de todos los agujeros que nos rodean aunque sea solamente un retazo de mundo lo pueda atrapar y nosotros mismos quedemos transpuestos como los jirones maltrechos que somos. Pero esa poca cosa que se puede hacer constituye una literatura avasallante, imperial, la que afecta e impresiona más, la que hace hablar y escribir a los que hablan y escriben.

Una parte del asunto, entonces, es conseguir una rugosidad tanto en la lengua como en lo que se dice. Buscar ese preciso y justo hermetismo, duro y necesario para que los brutos crean que es Góngora- como decía Libertella- pero que a la vez es ese lugar donde se pueda encontrarme y  leerme clara, transparente. Cuando escribo quiero hacerme entender sin explicarme porque hacerlo es muy aburrido. Y quiero que quede claro que esa rugosidad que espero es profundidad, tradición, continuidad, lectura, experiencia, saberes y grito, con Shklovski y Steimberg digo entonces: hago lo que se, en eso soy un profesional.

Así, ese sistema altamente selectivo del que hablo no es sólo capricho sino muchos años de lecturas, escrituras y conversaciones, algo muy objetivo. Siempre hay que sacar mito de lo que uno escucha, es decir capas y capas de ideas que no agregaron nada salvo alguna vez, en su original formulación primera. Pero, sin embargo, tengo que leer y escribir sabiendo que hay historia y que ella ya hizo muchas cosas en la literatura: ya se expresó, ya hizo silencio, ya gritó, el asunto de lo arcaico, de lo nuevo y de la vanguardia, son fenómenos que no puedo olvidar al leer y al escribir. No puedo volver a inventar la pólvora aunque cada generación lo intente diversamente.
Para mí la escritura debe buscar y conseguir algo original, ese sobresalto, ese decirlo de manera única por primera vez. La literatura es lo que se dice por primera vez.

La literatura es lo más singular de todo, el mayor compromiso que se tiene con uno mismo: ser el mejor. Escribir para ser el mejor, para que nos presten atención, para que nos quieran (como decía Pizarnik en sus diarios), para tener algún lugar adonde ir porque no hay ningún lugar adonde ir –como puso en sus memorias Jonas Mekas.

Todo esto hace que la literatura moleste y sobre en todos lados (incluso en los lugares en que dice estudiársela); la literatura es siempre lo que incomoda, lo que excede, aunque sea de una gran utilidad: todos escribimos para algo y para alguien. Todos escribimos pero sólo algunos lo consiguen entre todos.

Hoy casi muchos escriben: el mail es casi lo mejor del mundo. Es la correspondencia de esta era, la misiva en el tocador del siglo XXI. El chat es el salón literario, la conversación entre amigos, lo que desmantela el tiempo. Pero no todo eso es ficción, no todo es construcción o producción (ahora que a los poetas del ´90 los llaman materialistas!).
Quiero decir que hay hechos concretos, cosas materiales, actos que son bien reales. La literatura nos golpea en la cara y en el corazón. 
Sólo el exceso de ciertas concepciones teóricas lleva a la idea de que todo es literatura y de que todo es invención y de que todos podemos expresarnos literariamente. La maldita ficción o el cuento del tío o el pacto de lectura son artículos muy menores al lado de lo que es leer De sólo estar de Castilla. La literatura es el discurso que más y mejor pelea con la nada que vemos a cada momento que amenaza con llevárselo todo, es la forma más conservatoria y condensatoria que hay de información y estética. La literatura lucha por transponer, patentizar algo, sabe que no es realidad y sabe lo que cuesta hacer lo real y se empecina en realizarlo.

Sólo cuando hay autor todo va a parar a un libro. Sin él no hay literatura. Se ha terminado creyendo que sin lector no hay literatura, error: la literatura arma, espera y mata lectores. Hay literatura sin lectores que espera paciente o terriblemente porque la literatura siempre viene del futuro.

La literatura es una dificultad, un kilombo, un ser tomado por la literatura es un ser muy especial, un tipo muy aguantador y confiado pero a la vez pretencioso, arbitrario y fundamentalmente voraz y exquisito. Si lee quiere encontrar ahí algo que le de vuelta la cabeza. Sin embargo, hay lectores que no leen más y lectores que sólo leen lo que les regalan (y a caballo regalado no se le miran los dientes, no?). Hay lectores pragmáticos y también hay señores perezosos como esos que dicen siguiendo a Hegel que la literatura "ya fue", que los aburre leer por eso hacen de cualquier verdura literatura y se equivocan soberanamente. Esos creen que les gusta la literatura pero les gusta otra cosa, frase de Yeats repetida por Hugo Savino.
Si se aburren de leer y escribir literatura que vayan a hacer ikebana. No hay que confundir un deporte con otro, un best seller no es ni mejor ni peor que la literatura, es otra cosa.

 Hace un tiempo me di cuenta de que los que eran lectores comprometidos en los ´80 son ahora fervientes deconstruccionistas y al revés sucede otro tanto. Sabía que con el tiempo casi todo da la vuelta completa pero que ese retorno fuera tan paradigmático, tan exactamente una inversión de lo mismo, no lo creí posible. Sin embargo debe ser que entre estructuralistas y panfletarios no había habido tanta diferencia, lo digo con un ejemplo: los que se quisieron discípulos de Piglia ahora se arrojan a los brazos de Aira: a lo mejor eran dos caras de lo mismo. No lo sé.
Piglia fue un buen lector de Macedonio y de Arlt, Aira extendió la literatura argentina genialmente pero al igual que Piglia tiene una matriz borgeana, como Saer y tantos otros. Pocos salen de ahí. Y Borges encegueció nuestra literatura.
La literatura es un kilombo porque es un juicio demoledor, no absoluto como el "espíritu", porque no es abstracta sino bien concreta y por eso jode, molesta, es el malestar en la cultura (como enseñó Nicolás Rosa repitiendo a Freud). Un malestar físico, una enfermedad y genera una relación directa porque escribe novelas directas. Sin mediación ni dialéctica. Como Murena y Martínez Estrada y Correas.
Nunca con la literatura hay que irse más allá de la física –como recomendaba el mismo Nicolás- y llegar rengueando a la metafísica. Y los libros por ser física, por ser una forma de vida, por ser un cuerpo determinado, efectivamente ocupan lugar y molestan, rompen los géneros que los ordenan para que nadie levante la perdiz, hinchan al que lee para apaciguarse y joden a la familia del que lee. Maldición eterna a quien lea estas páginas, porque los libros dejan atrás a los padres y al marido que lo mejor que puede hacer, tal como lo hizo, es desentenderse de Madame Bovary.

De un libro no se sale igual que cuando se entró en él, un libro no nos deja tranquietos -como dijo una vez mi hermana para sincopar un modo imposible en la infancia y en la literatura porque sabemos que lo que no se aprende en ella no se aprende más. No permanece igual un cuerpo que leyó y escribió Gombrowicz, eso nos permite pensar Gómez en sus disparatados e increíbles libros sobre su amigo. Hay que acompañar y sostener con el cuerpo el libro y hay cuerpos que no soportan los libros que ellos mismos han escrito. La obra de Juan L.Ortíz es muy pesada porque le sobra un sauce y además porque esa edición violeta es insostenible, cansa los brazos de sostenerla. Un ser tan delgadito con una obra tan carnosa, les diría si me apuran -como dijo Viñas.

La literatura no es obligatoria pero si nos atraviesa nos condena, nos hace imposibles para algunos trabajos, nos hace perder confianzas, la literatura nos hace perder los buenos modos. La literatura es Victoria Ocampo comiendo con los dedos detrás de una cortina pollo en la recepción de un embajador para poder luego pasar por anoréxica. La literatura son los hijos de Herzen educados por la amiga de Nietzsche, un encuentro inaudito. La literatura es una experiencia única. Y los lectores-autores son seres cándidos pero muy deformados. Ilusos muy exigentes, por eso los libros son ánimos o ánimas singulares.

La literatura no es algo común: no es “volver del bingo y levantarse una negra”. No es banal ni gratuita, tampoco es ritmo ni lenguaje, es mucho más que eso, es magia, genialidad, es algo muy preciso y justo. Una velocidad inapelable. Una terrible justicia “sin atenuantes ni consuelo” –y sigo acá a N.Sanchez.
La literatura es lo que nos cambió alguna vez la vida, la que nos salvo condenándonos a lo distinto, a saber de lo lisito como dice Puig o a saber de los cadáveres, como dice Perlongher. Es un corazón propicio como dijo Platonov y un cuello largo como supo Leónidas Lamborghini. Es lo que Irina Bogdaschevski llevó al campo de trabajos de forzados para los del ´este´: La correspondencia con los amigos de Gogol. Un libro que muy pocos soportan.

Y claro que tengo un saber y un entender torcido, deformado, subjetivo, arbitrario y rotundo. Porque somos lo que leemos y algunos maestros de lecturas nos deforman inevitablemente. Pero, grave problema, pésimos escritores son geniales lectores, malos escritores son buenos y precisos conversadores y editores, son buenísimos stalkers de grandes textos. Todos tenemos un amigo judío y un amigo que escribe mal.

Y usando palabras de ese maestro duro que tuve digo que la literatura es un objeto frágil y recalcitrante a la vez, repugna las definiciones y los paneles, también las polémicas literarias porque se puede decir cualquier cosa que no pasa nada salvo que uno mismo queda como un boludo. Como yo acá.

Pero repito que mi elección es volver al sentido, a la valoración, a la originalidad. A series subjetivas, impresionistas, que desaparecieron un poco en el XX donde nos exigieron ser precisos, respetar los niveles de análisis, ser cirujanos especialistas pero somos hijos de médicos y nos automedicamos. Y la literatura nos hace para siempre anacrónicos, intolerantes, impertinentes, digo ´si y no´ pero también y simultáneamente ´si o no´, en literatura no hay democracia, sino que está la imperturbable búsqueda de una salida, como aseguró Kafka, de una terrible claridad. La literatura es una vigilia eterna. La literatura valora directamente la vida, la literatura no da vueltas, apuñala por la espalda cuando queremos escapar como en Juan Moreira (¿o recuerdo mal?).

Y hay frases, consignas, que se han usado-entendido sistemáticamente mal como lo de "un libro sobre nada" que no es lo que pretendía Flaubert porque no hay libros sobre nada y sino piensen por qué Zelarayán dijo que la crítica literaria argentina se parece a Bouvard y Pecuchet. 

Y, entonces, la clasificación que separa obras de lenguaje y obras con historia, tampoco existe. Todos son discursos por lo menos dobles, no hay lo uno sin lo otro.
El juicio estético se ha oscurecido en la era de la crítica como enigma y sospecha, como suspensión y devenir (!). Pero percibo que sin valoración, sin ejemplos, la tarea se vuelve de clasificación o catalogación.
Y en este momento entro en confusión: ¿de qué hablo, de crítica o de literatura contemporánea? ¡Nos hicieron creer que eran lo mismo!

Dije que el problema no está inicialmente en lo que escribimos sino en lo que leemos y cómo leemos. Casi todo está en si leemos libres, sueltos, sin pedir permiso (como dice Mandelstam) o si recorremos sólo el canon de una institución, sea ésta el periodismo, la universidad, etc. Así escribimos y nuestra literatura se hace a la medida de eso que vivimos. En mi caso leo-vivo sin salvar distancias además de los autores que ya cité, a algunos rusos, a Jane Bowles, a Correas, a Jorge Quiroga, a Nestor Torres, Federico Damiano, Mariano Massone, Robert Walser, a Chagall y Pisarró, a Damián Ríos, a Rienzi, a Andrés Monteagudo, Leonor Pichetti, Javier Fernández y muchos más. Y con ellos escribo. Creo en esa literatura sin consuelo, desesperada, que ellos hacen mientras otra clausura y se clausura en superficies festivas o teóricas o lights que son lo mismo.

Tal vez atraso, tal vez tengo nostalgia de la literatura -como supuso Milita Molina- pero no creo en proyectos, ni en planes sino en genios o dones, en obras, charlas, lecturas y vidas. La literatura es lo que no podemos frenar, no lo que nos proponemos hacer como un laburito a ver qué se siente si escribo 1000 páginas.
Leer y escribir es mirar el orden de las cosas cuando dejan de ser cosas y se vuelven nuestra propia vida. Y entonces hago terribles escritos de quejas que cantan mis mejores defectos. La literatura se justiprecia, sin idealismo ni utopía porque jugamos a pérdida, somos contemporáneos de todo el tiempo, a veces hay que recordar que muchas presencias concomitantes son sólo formales.

Algunos reducen esto a clasicismo versus romanticismo, a principios democráticos o aristocráticos, yo también lo hago a veces. Pero no alcanza. Literatura no es lo que hay, eso que dijo Ricardo Rojas por el 1900 al escribir su monumental Historia que es igualito a lo que repiten algunos editores en el 2000.
Literatura es lo que rompe con todo, lo impredecible, lo increíble, eso sencillo y simple que alguna vez leímos y nos hizo hablar de estas cosas.


Octubre 2012



Laura Estrin es Profesora y Licenciada en Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde cumple 20 años como Jefe de Trabajos Prácticos en Teoría Literaria III y desde hace 10 en Literaturas Eslavas. También es investigadora del Instituto de Literatura Argentina de la misma facultad.

Fue editora fundadora de la Editorial Santiago Arcos y dirige la colección de autores argentinos en Editorial Letranomada donde prologó Zettel de Héctor Libertella (2009).
Tiene inédito un libro sobre literatura rusa contemporánea.

Colabora en numerosas revistas. Publicó el ensayo César Aira. El realismo y sus extremos en 1999.

En su trabajo de investigación escribió sobre R.Rojas y E.Pezzoni (Políticas de la crítica, 1999), sobre E.Wilde y H.Murena (Historia del ensayo argentino, 2003), sobre A.Gerchunoff y C.Mastronardi (Literatura Argentina del Siglo XX, Tomo I y III, 2007).
En los últimos años publicó “El viaje del provinciano” en Las políticas de los caminos (2009) y en Políticas del realismo (2012)
Tiene un trabajo sobre Héctor Libertella en El efecto Libertella (2011), otro sobre J:C.Ritvo en Una poética de la interrupción y sobre C.Correas en Decirlo todo (2012).

 Ordenó y prologó la obra inédita de R.Zelarayán en Lata peinada de (2008). 

Prologó y seleccionó los poemas de Simbolistas rusos (2006), Tres poemas (2006) y Cazador de ratas de M.Tsvietáieva (2007), la introducción al Tolstoi de V.Shklovski y a una antología de textos de V.Jlebnikov a publicarse en España. Colaboró en la edición de Cartas de Chejov (2010) y escribió el texto que acompaña a Tercera fábrica y Érase una vez de Shklovski (2012). Prepara materiales de  Dovlatov y Remizov junto a Irina Bogdaschevski con la que trabaja hace casi una década acompañando sus traducciones rusas.

Sus libros de poesía, estampas y crónicas son: Álbum (2001), Parque Chacabuco (2004), Alles Ding (2007), A maroma (2010), Tapa de sol (inédito) y ahora escribe Ánimas.

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